Albert Camus: el futbolista rebelde

07.11.2019

Faltaban apenas cinco minutos para que diesen las dos de la tarde del 4 de enero de 1960, cuando el Facel Vega que conducía el editor francés Michel Gallimard se estrelló contra un árbol. Sucedió a las afueras de París, en la carretera de Borgoña, poco después de haber cruzado el municipio de Pont-sur-Yonne. Un desafortunado reventón, sumado a la alta velocidad, desencadenó la tragedia. La violencia del choque partió el vehículo en tres.

Gallimard no viajaba solo. En el asiento trasero, lo acompañaban su esposa Janine y su hija Anne. El del copiloto, lo ocupaba su compatriota Albert Camus. Michel Gallimard lo conocía desde la publicación de la novela La peste, casi quince años atrás. Desde entonces, su amistad no había hecho más que afianzarse gracias a su mutua pasión por los libros y la política. Y sus destinos, aquel frío día de enero, quedaron trágicamente unidos para siempre.

Camus había aprovechado el viaje para regresar a París después de haber celebrado el cambio de año en su casa de Luberon. Pero nunca llegó a la capital. El escritor francés fue el único que murió en el acto. Policía y bomberos necesitaron varias horas para recuperar su cadáver. Cinco días después, falleció Gallimard en un hospital. Por suerte, su esposa e hija solo sufrieron contusiones. También sobrevivió al accidente una novela. Entre los hierros retorcidos del coche, la policía rescató el maletín negro de Albert Camus, que contenía varias cartas, su pasaporte, un pequeño diario y un manuscrito de ciento cuarenta y cuatro páginas escrito de su puño y letra: lo último que había escrito el reciente premio Nobel de 1957.

El manuscrito se puso en manos de especialistas, pero las palabras se sucedían sin puntuación que las dominase ni párrafos que las ordenasen. Había tachones, cientos de notas ilegibles en los márgenes. Aquel manuscrito se mantuvo indescifrable hasta que, treinta y cuatro años después, su hija facilitó otro inédito para que los expertos pudieran cotejar y preparar la edición de la que sería la novela póstuma de Camus: El primer hombre. El inesperado accidente solo le había permitido recrear su infancia, pero la estructura del texto dejaba entrever unas intenciones de mayor calado. Así lo había afirmado él mismo en una de sus últimas entrevistas: con el premio Nobel, su carrera literaria solo acababa de despegar.

Aquel imprevisible accidente, sin embargo, la truncó de golpe. Ironías de la vida -o de la muerte-, el día anterior Camus había escrito en prensa: «No conozco nada más idiota que morir en un accidente de auto». Se refería a la muerte del ciclista Fausto Coppi que, según algunos medios, se había producido en un accidente de tráfico. El error tardó unos días en restablecerse. En realidad, Coppi había muerto a causa de una malaria mal curada que arrastraba desde una cacería en Burkina Faso.    

Leer el artículo completo en Revista Panenka núm. 88 de septiembre 2019.

miguel ángel ortiz olivera
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