Cerrado por fútbol

15.07.2021

El pasado Mundial de Rusia fue el primero que ya nunca podremos revivir en las magníficas crónicas de Eduardo Galeano. Y, en poco más de un año, se viene otro: el segundo campeonato en que su famoso cartel de Cerrado por fútbol no avisará al mundo de que se avecinan días sagrados.

Contaba el escritor uruguayo que lo había recubierto de plástico, a mano, para que la tinta no se corriera con la lluvia. El cartel debía aguantar setenta y cuatro partidos; treinta días que Galeano vivía apoltronado en su sillón preferido, disfrutando de una de sus mayores pasiones: ver fútbol, leer jugadas, regocijarse con ese regate tan melódico como un adjetivo preciso. Sonreía cuando recordaba la primera vez que completó tan homérica hazaña. Decía que le dolían músculos que ni sabía que tenía, como si él se hubiese dejado las rodillas y el alma en el césped, al otro lado del televisor.

Sin embargo, el momento más doloroso llegaba mientras descolgaba el cartel. Una terrible nostalgia, similar a la que deja el eco de los tres silbidos del árbitro en el hincha, le abatía durante días. Y no era para menos. Su vida se había construido sobre la poesía y las patadas. Ya con nueve años, era «muy religioso, devoto del fútbol y de Dios, en ese orden». Y con diez, vio cómo se obraba un milagro cuando aquel disparo lejano de Alcides Ghiggia se alejó de los guantes de Barbosa.

Aquella tarde, el fútbol le enseñó que el país más chiquito podía vencer al más grande. Y aquella noche, Obdulio Varela le dio una lección más importante cuando dejó de lado a los directivos uruguayos para beber con el derrotado pueblo brasileño: lo que verdaderamente engrandecía al vencedor no era la victoria, sino saber ganar.

Desde entonces, Galeano deseó jugar como aquellos futbolistas charrúas que se habían proclamado campeones del mundo contra todo pronóstico. Soñaba que agarraba la pelota, regateaba a todos los contrarios y alojaba el balón en las mallas. Luego, se despertaba. Y ahí seguía aquel patoso entreala derecho al que sus compañeros recriminaban que perdiese tantos balones en jugadas imposibles. «Estaba visto», escribe en Cerrado por fútbol. «Yo no tenía más remedio que probar algún otro oficio. Intenté varios, sin suerte, hasta que por fin empecé a escribir».

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miguel ángel ortiz olivera
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