Dando muerte al castellano

09.09.2016

Magistral es un libro que habla de sí mismo. Entendámonos: no un libro con boca y manos que él se lamenta de no tener; sino un libro en el que la voz de su narrador -que no la del autor real- habla sobre la acogida que ha tenido la publicación de uno de sus libros titulado Magistral. No hay trama ni personajes ni espacio ni ningún otro andamio narrativo que sujete el texto exceptuando esa voz de hipnotizador de culebras. Además, Magistral contiene una parte de otro libro ya publicado en América pero no traducido al castellano: Notable American Women, de Ben Marcus. Leánlo y me entenderán.

Uno de los temas cruciales es la muerte del castellano. ¿Se puede insuflar vida a un lenguaje que apenas respira? El narrador articula su voz a través de una original mezcla de ese castellano muerto con el refinado y sobrecargado lenguaje del Barroco. Magistral aúlla contra a las «prosas estercolares», clama contra una lengua que necesita frotarse a conciencia las fórmulas narrativas heredadas. Y no solo pillan cacho los escritores españoles; hay para todos, incluidos los lectores en potencia: «¿Qué va a hacer un lector español en la última página de un libro, si es algo que no debe de haber visto en su vida?». Aunque, como la misma voz afirma, tampoco espera que Magistral se aúpe a la cabeza de las listas de libros más vendidos: «Libelo breve y ambicioso, un masaje de tortura para doscientas y pico personas». Una de ellas, para alegría del autor, yo mismo.

Bardólatras, farsantes, escritorzuelos, esa crítica «uniforme y adocenada», traductores y pseudolectores «probadores de venenos», todos se llevan su esputo de bilis. Torrencial e impertinente, el narrador -como el de su primera novela- no admite bozales ni correas, se revuelve contra los pilares de la novela convencional y los sacude para derribarlos. Pregona que su novela es la novedad más fresca del panorama literario actual pero, de repente, sucumbe ante su propia frescura: ya hubo antes una de Ben Marcus que hizo lo mismo. El propio narrador, estupefacto, prestará ese libro al lector; un ejemplar, por cierto, sacado de una biblioteca pública e incrustado en el corazón de Magistral.

Ese libro fascina tanto al narrador que le hace pensar que Magistral, quizás, no sea tan magistral como vaticinaba desde el título. Mediante fragmentos de la novela de Ben Marcus, el narrador reflexiona sobre la traducción, trabajo del autor del libro, que no debemos confundir con la voz narradora. «Nuestra palabra ya no es de libelista, que qué es eso y qué vale, sino de traductores, y así nuestra palabra es ley y pirula y todo lo que a ella escapa, aventura, picadillo palare y fabla rucia y bable gramática parda». Ahí también comienzan los juegos con la estructura del texto que ya había incorporado en Menos joven.

¿No es eso la literatura, juego? Unos lo odiarán, otros lo alabarán: la historia de siempre. Unos dirán que no es una novela, otros que sí. ¿No cabe todo en su saco? Yo simplemente lo he leído y he disfrutado; he reído y también bostezado con las peroratas de una voz que, ante todo, es singular. Al fin y al cabo, los libros, si el lector quiere escucharlos, son amigos que te cuentan sus historias.

Un último aviso a los osados probadores de veneno del futuro: Magistral no termina de masticarse cuando se acaba la lectura. Después de cerrar sus tapas, se lleva en la boca durante varios días como un chicle que masticas y masticas pero sigue conservando su sabor. Un chicle que, si te descuidas, acaba fagocitándote como la Gran Boca Norteamericana al castellano.


miguel ángel ortiz olivera
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