El manantial del primer hombre

29.01.2022

Cuenta Albert Camus en el prólogo de El revés y el derecho que accedió a reeditar este libro de juventud porque los pocos ejemplares que quedaban en las librerías se habían encarecido a raíz de su éxito literario. A pesar de sus reticencias, por nada del mundo quería que solamente los ricos pudieran leerlo. En ese mismo prólogo, escrito tras dos décadas de escritura, asegura que el artista se alimenta de un manantial interior y recóndito que nutre su literatura, es decir: lo que es y lo que dice. El manantial, con los años, varía su caudal. Y la calidad de su agua: con el tiempo, los textos se acartonan y resquebrajan. 'Tales son las ingratas tierras del arte que ya no riega la invisible corriente', escribe. 'El artista, de pelo ya ralo y seco, cubierto de bálago, está maduro para el silencio, o para los salones, que es como decir lo mismo'. 

A Camus, el silencio se lo impuso un fatídico accidente de coche cuando de su manantial brotaba la mejor agua. Trabajaba en el manuscrito de la que sería, con total seguridad, una novela fundamental en la prometedora etapa de su carrera que comenzaba tras ganar el Nobel. Todavía eran una pila de folios escritos a mano. Pero ya tenían título: El primer hombre. En ese texto, Camus regresaba a sus raíces: su madre, la pobreza, la escuela, unos zapatos desgastados por perseguir un balón, el vergajo con que le azotaba su abuela. Regresaba a las ideas que ya había perfilado, veinte años antes, en El derecho y el revés. 'La miseria me impidió creer que todo es bueno bajo el sol y en la historia', asegura; 'el sol me enseñó que la historia no lo es todo'. En su casa no había libros, sin embargo, allí aprendió lecciones de vida fundamentales. Fue tremendamente feliz en aquella pobreza rural. No sentía envidia. Solo libertad en su corazón. Nunca envidió a los hombres que poseían fortunas. Le aburría la supuesta felicidad burguesa. No sabía poseer: 'Soy avaricioso de esa libertad que se esfuma en cuanto aparece el exceso de bienes'. 

Solo quiso poseer la escritura, su manantial interior. La constante insatisfacción del texto ya concluido. Y la satisfacción 'en el momento de la concepción, en el mismo instante en que aparece el tema, en que la sensibilidad, clarividente de pronto, capta el esbozo de la articulación de la obra'. Escribir: agua que al fin fluye, que se desparrama por todas las venas del cuerpo sin diques. Y después la ejecución, canalizar el torrente que amenaza desbordarse, corregir: 'la prolongada penalidad'. Pero, al final, siempre llegaba el día: lo que era y lo que decía convergían en el texto, en la palabra exacta. El resto del oficio era vanidad. Que él también tuvo. Que nunca le dejó nunca hallarse en paz con su oficio, a pesar de no exhibirse tanto como otros. Porque nunca le divirtió el juego literario que se escribía después del punto final: '¿Cómo bailarle el agua a ese mundo, cómo codiciar sus irrisorios privilegios, cómo acceder a dar la enhorabuena a todos los autores de todos los libros y agradecer la crítica favorable?', se preguntaba. 

La soledad, el silencio de la vejez. La experiencia, que no es más que una derrota: perder mucho para aprender algo. Un inmigrante que regresa a su patria. Paraísos perdidos. La soledad de la pobreza devolviendo su verdadero valor a cada cosa. La absurda sencillez del mundo. La angustiosa música del mundo que un joven atribulado escucha mientras vaga por las calles de Praga. Porque la libertad del viaje rara vez traspasa las rejas de la cárcel donde el viajero es prisionero de sí mismo. El miedo, que da valor al viaje. La desesperación, que aquilata la vida. Un simple rayo de sol que aturde. Mirar a los ojos de la vida, y también a los de la muerte. Ser humano y sencillo para ver las dos caras del mundo: El revés y el derecho. Y no olvidar de dónde brota tu manantial porque 'la obra de un hombre no es sino ese largo caminar para recuperar, pasando por los desvíos del arte, las dos o tres imágenes sencillas y grandiosas a las que se abrió el corazón una vez primera'.

miguel ángel ortiz olivera
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