El nuevo lenguaje del Messias

26.10.2018

Asegura el novelista Jordi Puntí en su libro Todo Messi. Ejercicios de estilo que el fútbol ocurre en ese territorio intermedio donde el presente y el pasado se confunden, «y a veces», añade, «como en esos versos famosos de T.S. Eliot, incluso influyen en el futuro». Al fin y al cabo, el fútbol se juega en esa indómita región donde, como escribió Ignacio Martínez de Pisón, se funden lo mágico y lo real, el pensamiento racional y la imaginación: el mismo césped donde se juega la literatura.

El fútbol, en último término, es un relato que sus tres protagonistas principales -pelota, futbolista y azar- han convertido en religión para muchedumbres, en filosofía para los que piensan en qué piensan cuando ven fútbol y, al mismo tiempo, para muchos otros, en un aberrante negocio que no merece tanta atención social como se le da cada día. Como explica Jordi Puntí, es natural que así suceda. Igual que cada lector tiene una lectura diferente de una misma novela, cada aficionado «ve un partido diferente», dice, «y es en esencia imposible que un jugador de ajedrez y un poeta vean el mismo».

Quizás por esa misma razón cada hincha tiene un jugador favorito. Seguramente, el jugador de ajedrez podría quedarse sorprendido al ver cómo Cristiano Ronaldo sienta al lateral con un jaque mate, y desde el borde del área dispara al ángulo contrario con una violencia que provoca escalofríos a los palos de la portería. El jugador de ajedrez disfrutaría viéndole elevarse por encima de torres y alfiles, y rematando como un rey del área. Sin embargo, casi con toda seguridad esa potencia de atleta dejará frío al poeta. Su sensible corazón, muy posiblemente, se dejará arrastrar por los delicados eslálones de ballet con los que Leo Messi perfora líneas defensivas. O por sus paredes trenzadas como versos y sus goles de fantasía. No en vano, un poeta sabe que la mejor poesía es libre e imprevisible, y no entiende de tácticas ni de cerrojos. Y eso es Messi: el deslenguado fútbol del patio recitado en un estadio de primera división.

Es evidente que el fútbol de principios de nuestro siglo será recordado por la rivalidad antagónica entre estos dos grandes futbolistas, sobre todo en las muchas temporadas que han coincidido en la liga española. Como Oliver Atom y Mark Lenders, el culé y el exmadridista se han repartido victorias y derrotas, patadas y balones de oro a lo largo de muchas temporadas, despertando admiración y desprecio por igual. Jordi Puntí, en esta polémica, no tiene dudas acerca de sus preferencias: «A menudo, la tendencia a compararles, la necesidad de alentar el duelo, los pone en un mismo plano», dice, «pero lo cierto es que Leo Messi -que es dos años y medio más joven que el portugués- ya destacaba antes». Y añade: «Para entendernos: Messi habría seguido siendo Messi. Habría hecho goles y habría batido récords, y ganado balones de oro. Cristiano, en cambio, es más Cristiano gracias a Messi. He aquí la gran diferencia».

Explica Jordi Puntí en su libro que hay varios métodos para descubrir cuál es tu jugador favorito. El suyo no admite dudas: de Messi le gustan hasta los calentamientos. Algo que, en la infancia, ya le sucedió con otro futbolista argentino que militó en el Barça, aunque su paso por el Camp Nou no dejó una huella tan profunda como la de Messi. A principios de los ochenta, tras un partido gris del Barça el joven Jordi agarró el teléfono y llamó a la centralita solicitando el número de Diego Armando Maradona. Sorprendentemente, se lo dieron. Lo marcó y, después de unos tonos, al otro lado contestó una voz de mujer con acento argentino que le informó de que Diego no estaba en casa en aquel momento. Puntí le pidió que le desease ánimos, y que le transmitiera un mensaje: con él en el equipo, seguro que ganarían la liga al final de temporada. Y así fue.

También cuenta otra casualidad que sucedió una década después, cuando Maradona volvió a Newell's. En su presentación ante el Emelec, frente a cuarenta mil personas, Maradona marcó un hermoso gol con un derechazo. Aquel día, en la grada se encontraba un niño de seis años llamado Lionel animando a su ídolo. La carrera de dios acariciaba su ocaso, y la de aquel pequeño apenas se vislumbraba. El niño seguiría la estela del astro, pero no su camino hacia la crucifixión. Y no solo le superaría en lo que a números se refiere: para Puntí, las estadísticas son más frías que los adjetivos y no alcanzan la verdadera esencia de una historia. «A medida que uno se aleja de los hechos estrictos, de las cifras y el calendario y los récords», dice, «Messi exige un lenguaje nuevo, un discurso diferente, innovador en la narración de la misma forma que él innova con su juego».

La impresión que han dejado ambos argentinos en su memoria, como se ve, no se puede comparar, aunque los dos hayan poseído las cualidades que Ítalo Calvino exigía a los grandes poetas: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. Sin embargo, Lionel Messi les ha dado una vuelta de tuerca. Como los poetas que han marcado una época, Messi ha reinventado a los clásicos, ha exigido sus propios adjetivos, un lenguaje nuevo. Ha superado al maestro, ha reescrito el legado del ídolo.

Aunque, como bien sabe Puntí, ni siquiera la llegada de un mesías pone de acuerdo al jugador de ajedrez y al poeta. Más bien, todo lo contrario. «La literatura y el fútbol comparten pocas cosas, pero hay una que sin duda los hermana», asegura, «la dificultad para acertar las predicciones sobre los escritores y los jugadores que marcarán el futuro». Así que lo más sensato parece continuar disfrutando del mensaje del Messias sin más preocupaciones, tanto si uno es jugador de ajedrez o poeta. 


miguel ángel ortiz olivera
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