Ellos tuvieron un sueño

24.10.2019

Ryszard Kapuscinski trabajaba como los superhéroes. Cuando en un punto del mapa se encendía la luz roja de alarma, cogía sus armas -la máquina de escribir y el verbo preciso y afilado- y se dirigía hacia allí con una misión: contar qué nuevo dolor atormentaba a nuestra superpoblada y conflictiva sociedad. De encontrase entre nosotros, Kapuscinski iría sin pensarlo a un lugar donde la luz roja no ha dejado de parpadear en la última década: la frontera de México con Estados Unidos. Con total seguridad, el reportero polaco se hubiera horrorizado con la descabellada idea de Donald Trump de construir un muro para contener la inmigración. Y de la misma manera, se le encogería el corazón con los relatos de todos esos que, cada día, atraviesan Centroamérica jugándose la vida con la esperanza de encontrar un futuro mejor al otro lado de la frontera.

Entre esos miles de migrantes anuales, un alto porcentaje son niños que, además, emprenden el viaje solos. En 2016, el novelista mexicano Juan Pablo Villalobos entrevistó a diez de esos niños que habían alcanzado el sueño de cruzar la frontera y reunirse con sus familiares. Habían llegado a Nueva York y Los Ángeles desde Guatemala, Honduras y El Salvador. Habían recorrido cientos de kilómetros en autobuses, trenes, haciendo autostop. Habían cruzado ríos embravecidos. Habían evitado el mordisco venenoso de las serpientes en el desierto. A la mayoría, las mafias les habían robado lo poco que tenían en el camino. A algunos, los habían golpeado o incluso violado. Todos habían pasado hambre y sed. Y días enteros hacinados en las hieleras, las oscuras celdas donde les encerraban cuando les detenía la policía de migración.

Aquellos niños habían huido de sus respectivos países por diferentes razones. Unos, porque las bandas locales extorsionaban a sus familias y las empobrecían aún más de lo que ya eran. Otros, porque las maras los apalizaban y amenazaban para que se unieran a ellas. Muchas niñas, porque esos los pandilleros las miraban fijamente al pasar y no era difícil imaginar qué pasaría cualquier día. Casi todos habían perdido a uno o varios familiares asesinados por las mafias tras negarse a sus extorsiones. No obstante, la violencia de las mafias no era la única razón para abandonar sus países. Había migrantes que huían de la pobreza o de un gobierno corrupto. O que buscaban una educación de calidad, que les abriese alguna puerta en el futuro.

Cuando Juan Pablo Villalobos se sentó a transcribir aquellas historias, se dio cuenta de que no podía escribirlas como había hecho Kapuscinski en sus reportajes. Él no era un reportero como el polaco; no había acudido a la primera línea del frente, no se había arrastrado por las trincheras, no. Él era un novelista. Debía escuchar a los protagonistas, dejar que los personajes contasen su propia historia. Y así, convirtió las vivencias individuales de estos niños en relatos de ficción universales. Todas las historias quedaron unidas por un destino físico: cruzar la frontera. Y por un sueño, que poco tenía que ver con el americano: simplemente, llegar con vida al otro lado. Por esa razón, Villalobos las unificó bajo un título muy significativo: Yo tuve un sueño.

En el epílogo, el periodista asturiano Alberto Arce pone números y porcentajes para explicar la pesadilla que esconde ese sueño. Y advierte de que la odisea de los que han logrado cruzar la frontera solamente acaba de comenzar: «Para la mayor parte de ellos ese lugar y tiempo de presencia en Estados Unidos es un no-lugar», asegura. «El limbo de un sistema judicial colapsado que, en algún futuro, llevará a la emisión de documentos de residencia legal o a una orden de deportación». Las migraciones, al fin y al cabo, representan un problema a ambos lados de cualquier frontera.

Hace más de medio siglo, Martin Luther King soñó un mundo con menos fronteras e injusticias que, en el siglo XXI, aún no hemos alcanzado. Todavía no hemos conseguido apagar la luz roja que avisaba a Kapuscinski de una nueva tragedia en nuestro superpoblado planeta; pero por suerte aún quedan escritores que, como él, acuden a su llamada con la misión de contarnos al resto historias necesarias para despertar de la pesadilla.     



miguel ángel ortiz olivera
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