Juan Pablo Villalobos: Al estilo Jalisco

15.05.2019

El fútbol se puede definir de muchas maneras. Para algunos, es el arte hecho con los pies. Otros lo consideran un simple juego que, no obstante, requiere mucha seriedad para jugarse bien. Con solemnidad, muchos lo llaman deporte rey. Otros, en cambio, lo tildan despectivamente de negocio multinacional, y hasta de mafia sin escrúpulos ni valores. Hay quien lo vive como una pasión, y hay quien solo vive para esa pasión. También hay quien lo definiría como el mayor despropósito. O como un narcótico que adormece la conciencia social. O al contrario: como el circo que necesita el pueblo para que no se le atragante tanto pan duro. Hay quien lo considera un espejo de la sociedad donde se juega. Y hay quien lo ve con los ojos del espectador que acude al teatro: como la representación de la vida misma.

Para el escritor mexicano Juan Pablo Villalobos, el fútbol no es más que una promesa de felicidad constantemente incumplida. El trauma, quizás, le viene de la infancia: es hincha del Atlas y eso significa que desde bien chiquito aprendió a resignarse ante la derrota. Sin embargo, el fútbol, en aquel entonces, le ayudó a hacerse respetar en el patio. Jugaba de defensa central en el equipo de La Salle. Y no tardó mucho en hacerlo con la selección de la escuela. Aunque era flaquito, repartía leña a los delanteros rivales con alegría. Viajaban por Jalisco en un destartalado autobús que crujía en cada bache de la carretera. Fueron finalistas en muchas ocasiones, pero nunca lograron coronarse campeones. La promesa de felicidad nunca terminó de cumplirse. Y en la adolescencia, dejó de perseguirla. Correr tras las faldas de las chicas era más divertido que tras el balón; la borrachera del gol no tenía nada que ver con la de mezcal. Del fútbol, solo resistió la promesa de felicidad, siempre incumplida, del Atlas y la selección mexicana.

De igual manera siente el fútbol el narrador de la novela Al estilo Jalisco. Con siete años, presenció cómo la selección brasileña goleaba a Checoslovaquia en el Estadio Jalisco, y se enamoró de la promesa de felicidad que ofrecía la Seleçao. «El fútbol ha sido inventado para eso, para ser jugado así, pero hasta entonces eso no había sido más que un ideal, una cosa en potencia, algo que podría llegar a ser, en resumen: un promesa», dice. «Aquel equipo del 70 fue la primera promesa cumplida de la historia del fútbol y eso salió de la cancha y fue más allá». Él también fue más allá: cuando cumplió la mayoría de edad, abandonó México para ir en su busca a Brasil. Y perseguir ese sueño de felicidad se convirtió en el leitmotiv de su existencia. 

El fútbol se puede definir de muchas maneras, pero en cualquier caso necesita del lenguaje. Sin el relato, los goles son un pedazo de cuero enmarañado en las redes. Sin las frases que lo cuenten, un pase muere en la bota del compañero. Sin las palabras, el partido termina con los tres pitidos del árbitro. El protagonista de Al estilo Jalisco lo sabe, y decide teatralizar el relato de aquella selección que llenó de felicidad su infancia. «Todo el mundo necesita creer», dice, «todo el mundo quiere creer que cosas imposibles son posibles, si no la vida sería insoportable». Para ello, contrata dobles de Tostão, Rivelino o Carlos Alberto; de Pelé, no, porque su abogado amenaza con denunciarlo en caso de que no le pague derechos de imagen. También contrata a una banda de uruguayos para que interpreten el papel de villanos. El proyecto lo abala el dinero, de dudosa procedencia, de su amigo el Tigre. Y así, se embarcan en una desastrosa odisea que les llevará de gira con su show por villorrios de mala muerte.

Paradójicamente, el espectáculo alcanza su cénit cuando los brasileños caen derrotados frente a los uruguayos. «La desgracia de los héroes, la derrota de los invencibles, el fracaso de los exitosos, la deshonra de los honestos, el ocaso de los ídolos», dice el Tigre. «A la gente le encanta descubrir que todo el mundo falla». Al fin y al cabo, eso es lo que verdaderamente engancha del fútbol: la promesa de felicidad que rara vez se cumple y que, cuando lo hace, no tarda en escurrirse entre los dedos del que la sujeta para regocijo del público. 


miguel ángel ortiz olivera
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