La rocambolesca historia de los hermanos Stárostin

20.06.2018

El libro Fútbol y poder en la URSS de Stalin, de Marco Antonio Curletto, cuenta la increíble historia del padre del fútbol ruso, Nikolái Stárostin, y sus hermanos, todos ligados al nacimiento del club más popular de Rusia, el Spartak de Moscú. Leerlo, me ha traído a la cabeza la rocambolesca historia de uno de los padres de nuestro fútbol: Francisco Sanz Bru. Cuentan que, en su momento, se publicó un libro titulado La rocambolesca vida de Paco Bru, aunque ahora sea imposible ni tan siquiera encontrar el nombre del autor, la editorial o una simple foto de la portada en internet. Quizás es mejor que así sea para engordar una vida de leyenda llena de épicas peripecias. Y una vida, por supuesto, llena de fútbol.

Desde que el balón desembarcó en Barcelona, Paco Bru y su hermano comenzaron a jugar con aquellos fornidos ingleses al football. Empezó de back. No en vano, le gustaba la lucha libre y era experto en jiu-jitsu. Como tantos otros, hizo oídos sordos a las críticas de la Asociación de Padres Púdicos de Barcelona, y siguió corriendo detrás del pelotón en calzones. Pero solo unos pocos llegaron donde él: a convertirse, años después, en el capitán del mítico Barça de las diez copas. Pasó por el Espanyol, volvió al Barça para retirarse. Pero nunca se alejó del balón.

Fue el entrenador de las Spanish Girls Club, el primer equipo femenino de España. Fue el primer seleccionador nacional. El primero en colgarse una medalla de plata. El alma mater de la furia roja. Durante años, mostró esa furia ejerciendo de árbitro. Famosa es la leyenda de su primer partido, un Universitary-Atlético de Sabadell, en el que se guardó un Colt en la elegante chaquetilla para tener la fiesta en paz. También ejerció como cronista deportivo. Inlovidable aquel partido en que, enviado por Mundo Deportivo a las semifinales de Copa entre Real Madrid y Barcelona, terminó jugando con los culés porque el tren que traía a Massana y Vinyals no llegó a tiempo. Para un futbolista, no era lo mismo contarlo que jugarlo.

Su etapa de entrenador también estuvo marcada por la épica. Con el Espanyol, hizo las Américas. Fue seleccionador de Perú en el primer Mundial, en Uruguay. Y volvió a hacer las Américas, esta vez con el Racing de Madrid, en una accidentada odisea: más de una vez tuvieron que salir corriendo del partido para que no les linchasen, estuvieron presos, recorrieron parte de los Andes en mulas, se quedaron sin dinero para volver... Y cuando lo hicieron, el club había desaparecido en bancarrota por las deudas.

Aunque en otro país y, sobre todo, en otro clima político, Nikolái Stárostin vivió una vida tan accidentada como la de Paco Bru. Y, como él, ligada al fútbol. Desde que el football inglés llegase al Imperio en 1898, Nikolái y sus tres hermanos pequeños lo practicaron, aunque los primeros años fuera en descampados y de manera un tanto salvaje. Vivían en el barrio obrero de Presnya, y precisamente ahí fue donde más se popularizó, en gran medida gracias a ellos.

También ellos fueron los padres del Spartak de Moscú, y Nikolái el que lo bautizó, en homenaje a Espartaco, líder de una revuelta de esclavos: «Spartak, en ese nombre breve y sonoro se advertía un espíritu indomable», recuerda Nikolái en sus memorias. «Me pareció muy adecuado». Lo fue. Aquel equipo ganó en popularidad a pesar de no estar vinculado a ningún aparato militar, como sucedía con CDKA o el Dinamo. O quizás esa libertad fue lo que le otorgó su fama entre los hinchas.

También ser el único club local que consiguió vencer a los indomables jugadores del Euskadi que, en 1938, habían entrado en suelo ruso para recaudar fondos con los que ayudar a la causa republicana. Con Nikolái en el banquillo y su hermano Andréi liderando la defensa, por primera vez un equipo ruso se atrevió a jugar con el sistema W que ya se había asentado en Europa. Y, a pesar de las irregularidades arbitrales, vencieron por un contundente seis a dos que, por supuesto, fue utilizado como propaganda por el aparato político de Stalin. La fama del Spartak, sin embargo, no había hecho más que despegar.

Y se consolidó el famoso 6 de julio de 1939, cuando Stalin decidió que fuera el Spartak el encargado de llevar a cabo la exhibición deportiva que conmemoraba las jornadas de Cultura Física. Una elección que, como comprobaron los hermanos Stárostin años después, fue el comienzo de su desgracia.

Los propios deportistas tejieron una descomunal alfombra de diez mil metros cuadrados que simulaba el césped de un campo de fútbol. «En realidad, más que una representación deportiva, se trató de una verdadera representación teatral en la que literalmente cada minuto de juego debía corresponderse con un guion predeterminado», cuenta Mario Alessandro Curletto sobre aquel partido de fútbol que se jugó en la empedrada Plaza Roja de Moscú. Stalin presidía el palco. Hubo goles de todo tipo: de falta, de cabeza, de disparo lejano. Los jugadores del primer y segundo equipo del Spartak tenían órdenes de mostrar lo mejor del fútbol al camarada Stalin. Si este se aburría, un pañuelo blanco se agitaría en el palco. Sucedió, sin embargo, todo lo contrario: el espectáculo debía durar 30 minutos y se alargó hasta los 43, por lo que los futbolistas se vieron obligados a improvisar 13 largos minutos.

Largos serían los casi diez años que pasaron los hermanos Stárostin en cárceles, campos de concentración y gulags del estalinismo. Condena que, gracias al fútbol y la fama que se habían labrado en todo el país, en algunos casos se vio atenuada.

Cumplida su condena, su odisea no había terminado. Ni mucho menos. El hijo del dictador, el mismísimo Vasili Stalin, solicitó sus servicios como entrenador de su equipo de las Fuerzas Aéreas. Nikolái había visto de todo: sufrimiento, hambre, miles de cuerpos que las ratas devoraban en fosas comunes, humillaciones, dolor; pero aún le quedaban cosas sorprendentes, y muy rocambolescas, por vivir. Como esa noche en que, aprovechando la borrachera de Vasili Stalin, se escabulló de la cama que compartían, saltó por la venta y, eludida la seguridad, huyó de allí para dormir con su esposa.


miguel ángel ortiz olivera
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