El futgol de Pedro Lemebel

13.10.2023

Poco hombre

A Pedro Lemebel, los cabros chicos no le pasaban la pelota en el patio de la escuela por ser poco hombre. Por ser —como él mismo se definió— un mariposuelo evidente. Muchos años después, en 1986, recitó su poema Manifiesto (hablo por mi diferencia), en una acto organizado por la izquierda en Santiago: 'Mi hombría fue la mordaza/ no fue ir al estadio/ y agarrarme a combos por el Colo-Colo'. La hombría de Pedro Lemebel fue escribir sin pelos en la lengua. Morder con sus palabras los tentáculos del poder que ahogaba a su país en una dictadura. Regalar sus adjetivos a los vencidos. Recordar a los humillados. Dar su voz a oprimidos y olvidados. Y el fútbol —ya se sabe— ha sido y es todavía en nuestros días coto privado de machos man. 'El fútbol', recitó Lemebel aquella tarde de 1986, 'es otra homosexualidad tapada/ como el box, la política y el vino'.

Al salir de aquel acto, un socialista histórico se le acercó y le preguntó si conocía la letra de la canción La plegaría del labrador de Víctor Jara. Lemebel, por supuesto, la conocía. 'Pues fíjese que lo usted leyó vendría a ser La plegaría del maricón', le contestó. Lemebel siempre se había sabido diferente. Diferente a esos cabros piojentos que blasfemaban mientras cosían a patadas 'aquellas pelotas plásticas que al primer chute quedaban hechas bolsa'. Ya en el patio de la escuela había intuido que, precisamente esa diferencia, era su verdadera esencia. La única ventaja que tenía. La única que tenían los cabros pobres como él. Porque él había nacido con una alita rota, como tantos otros. Pero quería volar, no correr detrás de una pelota. Quería que todos los chicos que se sentían diferentes como él volasen. Quería ser su revolución. Su palabra.

Quería, en definitiva, regalarles un pedazo de cielo rojo donde pudiesen volar libres; no un pedazo de pasto verde que los encerrase entre rectas y estúpidas líneas de cal.

Una pelotuda embriaguez

La única vez que Pedro Lemebel pisó el Estadio Nacional fue en el acto de homenaje al Che Guevara, tres décadas después de su muerte. Sucedió en septiembre de 1997. Tocaron Silvio Rodrigo, Los Miserables o Daniel Vigletti entre muchos otros artistas. Un macroevento para la fugaz exhumación del eterno comandante, pensaba Lemebel entre canción y canción. Música y revolución en el mismo pasto donde, años antes, se había fusilado en un estruendoso silencio a cientos de hombres y mujeres contrarios a la dictadura de Pinochet. El público, sin embargo, disfrutaba de la música ajeno a la historia. Sin tan siquiera prestar atención a ciertos detalles poco honorables de la biografía del Che. 'Y era mejor así', escribió Lemebel en Adiós al Che, 'quedarse con el soñador del mundo nuevo, a escuchar las cartas que el Che mandó a su familia, documentos que ahora lo retratan como un machista tradicional'.


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miguel ángel ortiz olivera
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