El puntero izquierdo de Cobreloa

01.09.2022

Corría el año 1959 cuando el joven Mario Benedetti publicó la colección de relatos Montevideanos, su primer éxito literario. Entre los once relatos iniciales, destacaba uno por lo novedoso de la temática: el fútbol. 'Puntero izquierdo' narraba el intento de compra, por parte de unos directivos de un club poderoso, al narrador de la historia, el goleador de un equipo humilde, contra el que disputan el ascenso de categoría. La recompensa por dejarse ganar es suculenta: mejoras laborales en la fábrica donde trabaja como peón, y el fichaje por un equipo más prestigioso. El castigo, si no cumple, también: quedarse sin trabajo y posiblemente una buena paliza. El final, si han leído a Benedetti, se lo pueden imaginar.

Unos años antes de la publicación del libro, había nacido -en ese Montevideo gris y vacío que dibujó Benedetti- un niño bautizado como Washington Olivera y destinado a que toda América lo conociera como El Trapo. Un pibe, hijo de futbolista, que se convertiría en un goleador inquebrantable como el protagonista del cuento de Benedetti. Un puntero uruguayo destinado a ser profeta en el desierto de Antofagasta. Destinado a marcar el gol que, por primera vez en la historia, daría la victoria a un equipo chileno en tierras uruguayas. Un puntero izquierdo, no obstante, destinado también a perder dos finales de Copa Libertadores consecutivas.

Profeta en el desierto de Antofagasta

'El que iba a Camala, iba a jugar. No había otra cosa en Camala', le confiesa Washington Olivera a Pablo Flamm en su programa, Código Camarín. Corría el año 2015. Washington Olivera tenía sesenta y uno. La melena, ya rala. El rostro, ajado. Apenas quedaba rastro del futbolista fuerte y veloz que había hecho historia en el desierto de Antofagasta. Del 11 charrúa al que habían idolatrado todos los mineros de Camala. Del puntero izquierdo que tantas alegrías había dado con sus goles a una región sepultada bajo el polvo.

En aquella entrevista, Olivera repasó sus inicios. Su viejo le había enseñado que un puntero sale a la cancha con una única misión: anotar goles. Siguiendo su consejo, había sido máximo goleador de todas las categorías con Nacional. Era el mayor de ocho hermanos. Trabajaba con su viejo y jugaba. 'Reíte', le decía su viejo. 'Si los defensores te dan, levantate y reíte'. Olivera volvió a convertirse en máximo anotador con Montevideo Wanderers. Era un puntero de raya, fuerte, veloz, luchador, con desborde y un tremendo chut de zurda. Y fue el fichaje más caro de la historia de Puebla de México.

Regresó a Uruguay para coronarse campeón con Peñarol dos años más tarde. Se había consagrado. Podía jugar donde quisiera. Y se decidió por el América de Cali. Sin embargo, el avión que lo llevaba a Bogotá hizo escala en Santiago y Olivera decidió bajarse: su destino lo esperaba en tierras chilenas. En su primer año, llegó a semifinales de la Libertadores con O'Higgins. Los grandes clubes chilenos se lo rifaban; pero El Trapo eligió, para sorpresa de muchos, Cobreloa. Y aquella sería, sin duda, la mejor decisión de su carrera.

En Calama, sus goles habían llamado la atención de don Vicente Cantatore, técnico de los Zorros del Desierto. Y Washington Olivera no tardó en darle la razón: se convirtió en ídolo local, y en uno de los mejores extranjeros que ha militado en el fútbol chileno. 'Cobreloa me dio cosas en la parte económica, me dio muchas alegrías a nivel mundial', le dice Olivera a Flamm. 'Donde yo iba con Cobreloa, ganábamos, lográbamos cosas'. Guarda silencio unos segundos, y puntualiza: 'Nos faltó, quizás, la Copa Libertadores'.  

Leer artículo completo en Revista Ultras #00. 

miguel ángel ortiz olivera
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