El quilombo del bidón podrido de Rohypnol

21.11.2022

Hace unos meses, los compañeros de El Gráfico hallaban en su vasta hemeroteca una fotografía que había sido cubierta por el polvo del paso de los años. Una imagen que, sin embargo, aclaraba uno de los momentos más controvertidos de la historia de los mundiales. Una instantánea que mostraba con nitidez que el famoso bidón podrido de Rohypnol de Branco, que tanta polémica había suscitado durante más de tres décadas, verdaderamente había existido. Una fotografía que, en resumen, convertía en primorosa actualidad aquella vieja historia del siglo pasado.

LAS MALAS ARTES DEL MÍSTER BILARDO

El fútbol del pasado pertenecía a los más vivos. Sin tanto físico ni tanta táctica, aquel fútbol era de los jugadores que sabían que un insulto podía desestabilizar más al rival que una jugada al primer al toque. Antes, sin tanta cámara orwelliana controlando cada brizna de hierba, un partido también podía ganarse con malas artes: insultos a madres y hermanas, amenazas a los hijos, pataditas a espaldas del árbitro, escupitajos, pisotones traicioneros, codazos en las costillas, un pezón retorcido. De todo se vio en el rectángulo de juego: incluso una romántica tocadita de cocos en el corazón del área chica. Los futbolistas, al fin y al cabo, son simples mortales con su orgullo, su honor y su honra, y tocarlos en el momento justo puede dejarlos fuera de juego todo un partido. Y hasta provocar su expulsión. Fútbol, en definitiva: conceder o marcar tu lugar, ceder o mear tu esquina. 

En ese fútbol del siglo pasado, valía todo: trucos sucios, artimañas discutibles, obscenas triquiñuelas. El hotel de concentración, antaño, podía convertirse en una trampa mortal: camas infestadas de chinches, somníferos en la bebida, sobornos a los cocineros para que envenenasen el menú. Si nada de esto funcionaba, se podía enviar a un puñado de fanáticos a los aledaños del hotel para que incendiasen la noche con sus cánticos y bombos, arruinando el descanso del rival. O convertir el trayecto en autobús al estadio en un auténtico infierno de bengalas rojas. Y la cosa no acababa ahí. El rectángulo de hierba podía esconder más trampas: ciertas zonas inundadas o el césped seco como una lija, dependiendo del estilo de juego del rival. 

Nadie supo sacarles más partido a estas malas artes que el 'Narigón' Bilardo. Dicen que, cuando entrenaba a Estudiantes, pedía a sus defensas que saltaran al campo como lo había hecho él en su época de jugador: con alfileres escondidos en las medias para clavárselos a los rivales. No solo les pedía pincharlos físicamente, también psicológicamente: sus jugadores  gadores debían aprender de memoria los nombres de las novias y las esposas de sus rivales para ahondar en la herida si era necesario. Las imágenes de Bilardo gritando '¡Pisálo, pisálo!' a su masajista -mientras este atendía a un rival- dieron la vuelta al mundo más rápido que un hit musical veraniego. No obstante, el 'Narigón' siempre se defendió con uñas y dientes: 'Ése es un cartel que me pusieron', aseguró en numerosas entrevistas. 'Eso lo sacaron porque ganábamos'. 

Cría fama y échate a dormir, dice el refranero. Y el refranero, no por casualidad, es muy sabio. 'Una vez mi esposa me preguntó si usaba alfileres', contó Bilardo, 'y le respondí: ¿Vos también te crees eso?'

Leer artículo completo en Revista Ultras #1



miguel ángel ortiz olivera
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