El viento que arrasa

05.06.2019

Hay novelas en las que lo más importante queda fuera de sus páginas. Importa lo que no se dicen los personajes, lo que no sucede, todo eso que palpita por debajo de los renglones. Tampoco es necesario que predomine la acción; la espera, muchas veces, puede convertirse en una interesantísima odisea. Ni siquiera es decisivo el número de personajes o de escenarios. Con pocos ingredientes, un buen chef puede crear un plato delicioso si sabe cómo combinarlos para potenciar las mejores cualidades de cada uno. Lo mismo sucede en la escritura: si el escritor sabe manejar la pluma, con un puñado de personajes, un par de escenarios, una mínima acción y diálogos pulidos puede crear una magnífica novela. El viento que arrasa, la primera novela de la joven escritora argentina Selva Almada, es un claro ejemplo.   

Una avería en el motor del coche del reverendo Pearson conduce, al hombre y su hija Leni, hasta el taller que regenta el Gringo Brauer -ayudado por su hijo Tapioca-, en un punto indeterminado de la provincia de Chaco, en Argentina. Toda la acción transcurre en un día, lo que tarda el Gringo en reparar la avería. Todo acontece en su taller, y el cuartucho anexo donde viven. La mínima acción explota con violencia al final, como la lluvia que todos los personajes esperan y al mismo tiempo temen. Cuando la tormenta ha pasado, a pesar de sus proporciones bíblicas, la vida continúa como si nada. «A la mañana todo sería igual», piensa Brauer apurando un cigarrillo. «El sol picante borraría enseguida todo recuerdo de la lluvia». Así de sencillo: el viento terminará por arrasarlo todo, pero la vida seguirá girando y girando sin esperar a nadie.   

El calor asfixiante, el claustrofóbico taller, el cementerio de coches despiezados, la jauría de perros, los olores, la persistente tos de Brauer, los electrizantes sermones de Pearson, el walkman con el que Leni se abstrae de las peroratas de su padre cuentan otra historia que se arrastra por debajo de los párrafos y se parapeta tras los significativos silencios que apuntalan cada conversación. El lenguaje, en definitiva, la musicalidad de cada palabra, la contundencia de cada punto y final juegan un papel principal es la historia. La tormenta, en definitiva, les ha cambiado a todos por dentro. Aunque el paisaje vuelva a agrietarse en unos días, ellos nunca volverán a ser los mismos. Aunque la vida siga, nunca será la misma que tenían apenas unas horas antes. 

Para William Faulkner, un buen escritor apenas necesitaba un lápiz con la punta afilada y unas cuantas cuartillas para escribir un libro decente. Consideraba que había tres ingredientes básicos: la experiencia, la observación y la imaginación. Con dos de ellos -aseguró-, y a veces incluso solamente con uno, se podía suplantar al resto. No especificó cuál de los tres era clave, pero no es difícil adivinarlo. El objetivo principal de un escritor, dijo muchas veces, era dar vida personajes creíbles en situaciones creíbles, y hacerlo de la manera más conmovedora posible. También, que el arte poco tenía que ver con el ambiente; en realidad, podía florecer en cualquier sitio, incluso entre motores desguazados, piezas grasientas y una tierra agrietada por falta de lluvia. 

Selva Almada lo consigue eligiendo cada silencio, cada gota sudor que empapa la ropa de los personajes, cada palabra. «Desconfíen de las palabras fuertes y las palabras bonitas», dice el reverendo Pearson en uno de sus famosos sermones. «Desconfíen de la palabra del patrón y del político. Desconfíen de quien se dice su padre o su amigo. Desconfíen de estos hombres que hablan por su boca y por sus propios intereses». Y añade, más adelante: «Carguen ustedes el arma de la palabra y apunten y disparen fuego sobre los charlatanes, los mentirosos, los falsos profetas». Los personajes de El viento que arrasa siguen al pie de la letra el mandamiento. Y también su autora. 


miguel ángel ortiz olivera
Todos los derechos reservados 2019
Creado con Webnode
¡Crea tu página web gratis! Esta página web fue creada con Webnode. Crea tu propia web gratis hoy mismo! Comenzar