Eurocopa 2016 (III): el extremo de la cheira y otras fotos

19.06.2016

Los nuevos también querían volver a España con su foto de recuerdo de esta Eurocopa. Ya lo habían intentado en el primer partido, pero el central del Periscope había desenfundado el cacharro en el último suspiro y había acaparado todos los flashes. Así que Nolito y Morata no desperdiciaron el segundo duelo a muerte para posar delante de las cámaras con su mejor sonrisa. Y con sus armas.

El extremo de la cheira, Manuel Aguado Durán, Nolito para los compadres, se había tirado los últimos seis días sacándole punta al filo. Relucía la cheira de tanto mimo con el trapo. Se la escondió en la media de la pierna izquierda, debajo de la espinillera, mientras esperaban en el túnel de vestuarios. Pocos minutos después, en el césped, desenfundó y, con la habilidad de que ha aprendido en la calle cómo manejarla, asestó el primer pinchazo. Chutó desviado, pero el desgarrón a la defensa turca ya estaba hecho. Era el preludio de una muerte anunciada. Nolito se recolocó el tupé, bien engrasado de gomina, y se preparó para la primera foto.

No sería él el que acaparase el primer plano, pero ya andaba asomando por allí. Los primeros planos son cosa de delanteros. De cazadores de goles, esos que habitan en las inmediaciones del área con la escopeta cargada. Morata posó para la foto con su primera presa. Nolito había vuelto a hacerle un costurón a la defensa turca. Este con sangre a borbotones: un centro medido a la cabeza del cazador Morata, que hizo el escorzo para que todo pareciera más fácil de lo que realmente era. En la celebración nada de peinarse: es la ventaja de ir rapado. Si tienes pensado salir en muchas fotos, mejor no tener que preocuparte del engorroso flequillo sudado. De rodillas a la hierba, y listo. Se había quitado la mochila del gol y se deslizó por el césped recién regado. Había saciado su sed de gol pero no toda. Un delantero siempre la siente cuando entra en el área pequeña. La noche aun era joven como Alvarito y prometía más juerga. A la española. Con barra libre de goles.

Nolito invitaba. A todos menos a los turcos, claro. Había saltado al campo convencido de que aquella sería su noche. Esas que, antes incluso de pisar el bar, te miras al espejo y te dices: Hoy lo peto. Y quería su foto. Tres minutos después, la tuvo. Silva y Cesc fueron más falsos nueves que dieces, y los turcos no sabían por dónde entraban, si por la puerta principal o por la trasera. Es fácil perderse entre las líneas, cuando la pista de baile está tan concurrida. Nolito rocanroleaba en su salsa. Se fue al centro de la pista y allí encontró el pase. Se tiró con todo porque sabía que aquella era su canción y lanzó una cuchillada mortal a la cepa del poste. El rival quedaba malherido, al borde la muerte, pero la fiesta no había terminado.

Ni tampoco el baile. Ya se lo había dicho Casillas. Hoy lo petas. Y Nolito quiso que el capitán -porque un capitán nunca deja de serlo aunque no luzca el brazalete y tenga que ver la batalla desde la trinchera- saliera en la foto con él. Así se trata a los colegas en la calle. Y en el campo. Casillas, disfrazado de Pepe Reina, recibió el abrazo como si su compadre fuera un hermano pequeño que esa noche ha bailado con la más guapa de la fiesta, y se la ha llevado a lo oscuro. Lo había hecho: Nolito pasaba a la historia como el único jugador español que asistía y marcaba en la primera parte de un partido de Eurocopa. Y solo hacía media hora que había llegado a la fiesta. Eso es triunfar y lo demás tonterías.

Uno que no suele salir en las fotos es Busquets. Tiene un imán para los balones pero no atrae igual a los objetivos de las cámaras. Ya dijo Del Bosque que si se reencarnase, querría ser como él. Ojo: con todos los que ha habido. Ojo. Busquets es como esos barrenderos que lo limpian todo y, cuando han pasado, se puede besar el suelo que ha pisado. Barre contragolpes rivales. Corta pases al hueco. Y hasta desempolva y oxigena los pasillos para que los laterales entren a su gusto. No suele vérsele cerca de la barra porque él es de esos bebedores silenciosos que se meten el chupito entre pecho y espalda y ya están pensando en los pasos de la siguiente canción.

En esa volvió a brillar el rey de la pista. Morata jugaba a ritmo de twist, swing o tango: lo que le pinchasen los directores de orquesta. Y ese baile se lo dejó en bandeja Jordi Alba. No es tanto de cheira el lateral como su compadre de banda Nolito, pero maneja el machete con arte flamenco. Ya había pegado un par de tajos a la línea de cal para estirarla y dejar la banda a su gusto. Y qué gusto verlo subir. Y qué gusto verlo correr más rápido que el Correcaminos. Morata, todo un caballero, le abrazó para que saliera en su foto. Alba le había regalado un pase de la muerte, uno de esos que dan vidilla a los cazadores de área pequeña. Por eso, cuando acabó el partido, Morata -todo un príncipe, aunque vestido de rojo- se fue a besar a su princesa antes de que le atosigaran los periodistas. Una fiesta sin beso no es una fiesta completa. Y lo hubo, bajo todos los focos, en el reservado de la grada.

Les habían dado un baño a los turcos, pero nada de saunas ni masajes. Habían sudado de lo lindo buscando el balón que escondía una y otra vez el mago Iniesta en su chistera. Por aquí, por allí. Y un pase que lo rompe todo. Por aquí, por allí. Y un sombrerito al central. Les habían hecho sudar y lo pagó Arda Turán. Los suyos le silbaban cada vez que tocaba el balón y los nuestros tuvieron que darle un baño de abrazos al acabar el partido para consolarle. Los que ya estaban clasificados consolando a los eliminados. Así acaban los partidos los campeones.

La última foto se tomó cuando solo dos futbolistas quedaban en la pista de baile. En la grada, todavía, continuaba la fiesta. Y continuaría muchas horas más fuera del estadio. Sergio Ramos y Jordi Alba, sudados pero satisfechos, entraron al túnel de vestuarios agarrados del hombro. Dos chavales que volvían a casa a altas horas de la madrugada, todavía con el sabor dulce de la victoria en la boca. Si todas las resacas fueran como esta, benditas las noches de farra.


miguel ángel ortiz olivera
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