Judas Presidente

13.10.2023

Un muñeco de cartón sin alma 

El famoso lema 'Odio eterno al fútbol moderno' no es un invento tan nuestro ni tan moderno como podríamos pensar a bote pronto. El fútbol romántico, aquel que se jugaba por amor al bello arte de la patada, por unos colores, por un escudo, apenas duró un puñado de años desde el nacimiento del football en el siglo XIX. Y como suele ocurrir con muchos momentos históricos, así quedó retratado en la literatura de la época. Quizás, la novela que mejor ejemplifica que el mundo del balón se corrompió tan temprano por el dinero y el poder que movía aquella simple pelota de cuero sea Judas futbolista, de Francesc Rosell y Rossend Pich: una novela escrita a dos manos en catalán y publicada en Barcelona, en 1928, solo dos años después de que el fútbol se hubiera profesionalizado en España, que ya esbozó un panorama tremendamente similar al que tenemos ahora: futbolistas comprados, directivos que dilapidaban las ganancias de su club en caprichos para sus esposas, periodistas que vendían su pluma a puros amiguismos, árbitros sobornados, partidos amañados y hasta miembros de la junta directiva que desconocían que un balón es redondo. En resumen, una bandada de buitres carroñeros sobrevolando la pelota con una única finalidad: 'Asegurar la vida de gente incapaz de ganársela trabajando', escribieron Rosell y Pich. 

Así de simple. Así de lapidario. Así de tajante. Judas futbolista supuso la primera gran crítica a todos esos tipos adinerados que, ataviados con sus elegantes trajes negros, se fumaban un puro y paladeaban un coñac mientras los esforzados footballiers se ensuciaban las rodillas en el barrizal que acostumbraban a ser los fields. Fue el primer aviso para todos esos chupasangres que se enriquecían con la pasión de los domingos. La primera denuncia literaria a los mercaderes que invadían un templo hasta entonces custodiado por los nobles sportmen. 'Lo moral era el impulso del deporte, su esencia', reflexiona con resignación el protagonista. Y añade: 'Cuando se trata como una mercancía en la lonja de contratación, pierde su fuerza'. La historia del profesionalismo acababa de comenzar pero, ya en el primer versículo, el fútbol —o más concretamente los buitres que lo acechaban— había cometido su particular pecado original: alejarse de su primigenio espíritu lúdico para convertirse en un juego excesivamente serio en manos de despiadados materialistas y cobardes sabandijas que terminarían convirtiéndolo en lo que es hoy: 'un muñeco de cartón sin alma'

Un cadáver en constante putrefacción 

Solo habían transcurrido dos temporadas desde la implantación del profesionalismo, pero Rosell y Pich ya intuyeron que deporte rey había virado de rumbo. Conflictos entre clubes, escándalos varios o la politización de los goles concedieron al fútbol una genuina dinámica que, hasta el momento, ningún otro deporte poseía. En el fútbol convergió una multiplicidad de intereses, al mismo tiempo que surgían infinitas oportunidades de negocio. De un día para otro, el futbolista amateur había dejado su sitio en el campo al de taquilla. Los sacrificados directivos que financiaban los primeros clubes con dinero de su cartera comenzaron a llenarse sus propios bolsillos. La caballerosidad se vendió sin pudor al espectáculo. A simple vista, un proceso natural: más demanda por ver a los ídolos, más cobraba el jugador por llenar los estadios, más crecía el club y más se lucraba su presidente. Al pagar su entrada, el público también se beneficiaba: compraba su derecho a reclamar el espectáculo prometido. Todos parecían ganar con aquel incipiente negocio excepto el fútbol que, sin darse cuenta del pecado que cometía, vendía su alma por un puñado de monedas y se ahorcaba con la misma soga que Judas. 

Judas futbolista arranca como muchas novelas de su época: con un prólogo donde Juli Rentanom entrega a unos periodistas el diario de un amigo que, tras visitar el país de Xauxa, dejó anotadas sus vivencias. La mayoría tienen relación con el F.C. Canelobra (anagrama de F.C. Barcelona), el club más importante de la ciudad. El narrador de tan misterioso diario —del que no sabemos el nombre— es un joven burgués al que su padre, un comerciante, envía al extranjero para que madure y, a su vuelta, sea capaz de dirigir el negocio familiar. En el tren hacia Xauxa, conoce a Blanca Rentanom, la hermana de Juli, que le introducirá en el mundillo deportivo. Así conocerá al señor Bostaks, presidente del F.C. Canelobra, se mezclará con redactores que escriben crónicas como si fueran novelas por entrega; con miembros de la Federación que solo son 'señores con afán de figurar en este organismo que era un cadáver en constante putrefacción'; con directivos que parecen elegantes payasos de circo, pero en realidad son chupasangres con dotes de oratoria; y por supuesto, con futbolistas: chicos humildes que 'solo tienen pies: la cabeza está vacía', y no entienden que 'los ídolos de hoy son figuras pasajeras que se esfumarán rápidamente cuando se inicie la decadencia física'

No le gusta lo que ve. Ni las historias que escucha: 'Si al sincero, noble y valiente por decir las cosas como son, además de ser un hombre de ideales, todos lo atacaban, y hasta el club subvencionaba campañas para derrocarlo, y en cambio se daba cancha al inmoral', se pregunta, '¿qué significaba aquel fútbol?' Se refiere a Klop, miembro federativo al que han destituido por tratar de mostrar los libros de cuentas, a causa de una campaña de desacreditación orquestada por el señor Bostaks en los medios afines al club. Y eso no es todo: en el Café Continental, sede del club, los socios le cuentan historias de tesoreros corruptos, taquilleros que revenden entradas, contables sin escrúpulos, miembros federativos comprados. Rosell y Pich no lo sabían entonces, pero habían escrito el primer capítulo de una historia interminable de corrupción en el mundo del fútbol que no pararía de sumar vergonzosas páginas hasta nuestros días. 

El viacrucis del capo del cartel del gol 

Casi un siglo después de la publicación de aquella olvidada novela, la historia solo ha hecho que empeorar. Seguramente, si Francesc Rosell y Rossend Pich levantasen la cabeza tendrían que escribir una saga — escritores fantasma mediante porque cuatro manos parecen pocas— que nada tendría que envidiar al voluminoso Tiempo perdido de Proust. Y aun así, dudo que pudieran incluir la infinidad de capítulos de corrupción que han manchado el nombre del fútbol a nivel mundial. Lo que no deja lugar a dudas es que uno de esos capítulos lo protagonizaría el ex dirigente de la Asociación Nacional de Fútbol Profesional chilena: Sergio Elias Jadue: el capo del cartel del gol.  


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miguel ángel ortiz olivera
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