La Alemania del bigote y las palabrotas

Afirman los maestros de la literatura que esta nace, invariablemente, de un cambio. Sin ese momento de ruptura no podría existir. Al fin y al cabo, todo evoluciona a base cambios: desde la misma Historia, pasando por las sociedades, las ciudades y los hombres. Y también, cómo no, sucede con el fútbol.
En Franz. Jürgen. Pep., libro escrito a cuatro manos -a excepción de dos capítulos que firma Willy a modo de corresponsal- por Axel Torres, periodista deportivo, y André Schön, su profesor particular de alemán, se habla de un cambio profundo: el que ha sufrido el fútbol alemán desde los 70 hasta la actualidad. Un cambio radical que ha dejado atrás un planteamiento rudo, defensivo, que mataba a los rivales físicamente y los sentenciaba a la contra, para dar paso a otro completamente diferente: el del fútbol estético, de dominio del balón, pases milimétricos y movimientos estratégicos; de posesión y toque, de clase y elegancia. Un nuevo fútbol que ha calado tanto en el Bayern de Múnich, máximo exponente del fútbol germano, como en la selección bávara comandada por Joaquim Löw.
Esta investigación comienza como muchas otras historias: con una casualidad. Axel quería aprender alemán para leer la prensa deportiva bávara y, de los muchos profesores residentes en el barrio de Gràcia, contactó con André Schön. La suerte quiso que esa llamada uniera, no solo a profesor y alumno, sino a dos enfermos del deporte rey. Y el destino hizo el resto: lo que empezó con búsquedas en google para saciar la curiosidad, terminó convirtiéndose en un libro.
La Alemania del bigote y las palabrotas
Los años de esplendor del fútbol alemán comienzan en 1966, con el subcampeonato del Mundial de una joven selección, comandada por el elegante Franz Beckenbauer. En 1972, se alza con la Eurocopa, para tocar el cielo y coronarse como campeona del mundo en 1974. Dos años después, se queda a una sola victoria de alcanzar el récord de tres campeonatos seguidos que ostenta actualmente la Roja, al ser subcampeona de la Eurocopa del 76.
Aquellas campañas coinciden, igualmente, con una etapa brillante del club más poderoso de Alemania, el Bayern de Múnich, que va desde 1965 al 79. Recién estrenada la Bundesliga, el Bayern se proclama campeón por tres años consecutivos (71-73) y pone la guinda al pastel proclamándose, también durante tres campañas consecutivas (73-75), como Campeón de Europa. Es un Bayern, como afirma Axel Torres, que «manejaba unos conceptos técnicos casi indescifrables».
Sin embargo, la llegada de Klinsmann aclaró esos conceptos que, a mediados de los 90, comenzaban a hacer aguas. Con Klinsi en el banquillo de la selección alemana, y posteriormente en el del Bayern de Múnich, comenzaron a cuestionarse los valores que habían hecho del fútbol alemán uno de los más eficaces del mundo. El marcaje al hombre, la función del clásico líbero y los planteamientos rudos y defensivos, dejaron paso a otros conceptos que procedían del otro lado de las fronteras alemanas.
Con Klinsmann comenzó una nueva etapa. Una nueva era en la que superar la mítica sentencia de Lineker: «El fútbol es un juego sencillo: veintidós personas persiguen un balón durante noventa minutos y al final ganan los alemanes». En definitiva, «La Alemania del bigote y las palabrotas», con su fútbol antiestético y frío, había pasado de moda.
La Viererkette
Ya lo dijo Mahatma Gandhi: «Primero te ignoran, después se ríen de ti, luego te atacan y entonces ganas». No es fácil hacer entender los cambios. Normalmente, a los que los llevan a cabo se les critica y, en muchas ocasiones, se hace mofa de ellos. No es fácil ser innovador en una sociedad marcada por lo establecido.
Antes de que Klinsmann revolucionase la selección alemana, hubo un hombre que sentó cátedra. Ralf Rangnick -el que fuera el último entrenador de Raúl en Europa- sufrió en sus carnes las mofas cuando ejercía de entrenador del SSV Ulm, en tercera división. Con un fútbol que muchos compararon al del Brasil de los años 70, Rangnick consiguió dos ascensos consecutivos y dejó al SSV Ulm en la Bundesliga. Él fue el pionero de una nueva idea: el Systemfussball y la Viererkette, dos conceptos que, como demuestra el libro de Axel Torres y André Schön, revolucionarían, años más tarde, la concepción del fútbol en Alemania.
Sin embargo, en su momento, Rangnick fue bautizado, irónicamente, como el Fussballprofessor. Muy pocos se dieron cuenta de que allí, en esa pequeña localidad de Stuttgart, se comenzaba a gestar una nueva visión del fútbol basada en una defensa de cuatro y en la presión en campo contrario; una nueva visión que crearía escuela y que, años después, se vería reflejada en los planteamientos de Klinsmann, Van Gaal, Heinkens o Joaquim Löw. Y que, a la postre, hizo posible la llegada de Pep Guardiola al fútbol alemán.
En el fútbol moderno no se concibe un equipo puntero sin que la figura del entrenador tenga, sino el mismo peso, uno similar al de sus grandes estrellas. El Bayern de Guardiola, el Chelsea de Mourinho, el Atlético del Cholo Simeone o el Dortmund de Klopp son claros ejemplos de la importancia de un entrenador de talla. Cargo que, además, parece haber ido evolucionando en los últimos años. El míster no solo tiene la obligación de mantener en forma y sacar el máximo rendimiento de sus futbolistas; además debe gestionar egos, dosificar las ansias de jóvenes promesas o, incluso, sentar en el banquillos a las vacas sagradas. Como afirma Schön, el fútbol ha «dejado de ser algo improvisado, desordenado, anárquico», y el míster se ha convertido en el estratega del grupo.
Cada entrenador, asimismo, tiene su propia concepción del fútbol. Muchos la han cimentado por las influencias de sus entrenadores en su época de jugadores; otros han basado la suya en su manera de jugar y entender el fútbol. Con sus propias ideas llegó Klinsmann al banquillo de la selección alemana en 2006 y, dos años después, al del Bayern de Múnich, tras haberle hecho un lavado de cara la selección. «Me alegro de tener a un entrenador que piensa diferente», dijo Uli Hoeness en la rueda de prensa de su presentación. «Hemos buscado a un hombre dispuesto a recorrer caminos inexplorados».
Y Klinsmann, sin duda, recorrió esos caminos. Insufló aire fresco en el vestuario del Bayern haciendo lo que, en muchas ocasiones, es lo más difícil: tirar abajo los viejos pilares y construir de cero. «Fue probablemente el mejor cirujano estético de la historia», comenta Schön. Después de quitarle el brazalete de capitán a Ballack en la Selección, sentó en el banquillo del Bayern al eterno Oliver Kahn, der Titan. Como no podía ser de otra manera, le llovieron las críticas. Sin embargo, muchos ya no se acordaban de que, cuando dejó la Selección, «todo el país quería que siguiera. Pero Klinsmann dio por terminada su etapa y se retiró dejando a Alemania con lágrimas en los ojos».
El Löw-Guardiolismo: la modernidad
El Barça de Guardiola, además de su filosofía de juego, dejó otro legado: la evidencia de que su influjo en el club catalán se trasladó a la Roja. Como sucedió en la Alemania de los 70, los años más brillantes del F.C. Barcelona coincidieron con los de más títulos y mejor juego de la selección española. La columna vertebral del club catalán, que contribuyó hasta con siete de los once titulares en algunos encuentros, se convirtió en el motor de la Roja durante su etapa dominando Europa y el mundo.
La misma ecuación puede aplicarse al Bayern de Múnich. Como afirman Axel Torres y André Schön en su libro: «Alemania y el Bayern se retroalimentan». Es innegable la huella de los planteamientos guardiolistas en los esquemas de Löw: fútbol de posesión, el «flach spielen, hoch gewinnen» -«jugar raso, ganar fácil»- que le dicen los alemanes. Desde que Pep tomó las riendas del Bayern Múnich, su filosofía ha marcado el juego de la selección bávara, como quedó patente en el último Mundial.
Es evidente que el fútbol alemán necesitaba abrir su mente a lo que, desde hacía unos años, venía ocurriendo en otro lugares de Europa. El fútbol estaba cambiando; la mentalidad de los jugadores, también. Klinsmann fue el primero en darse cuenta, a principios de siglo, de que el fútbol alemán necesitaba un lavado de cara: había que «desdramatizarlo en lo psicológico y aumentar el deseo de conocimiento en lo táctico». Este primer paso fue continuado en el Bayern por Van Gaal, que comenzó a construir sobre las ruinas de su predecesor. En 2009, Heinkens se convirtió en el tercer eslabón y supo mantener lo mejor de Van Gaal a la vez que preparaba al equipo para el legado que traía Guardiola desde la Ciudad Condal: el fútbol moderno.
