La cháchara deportiva

09.03.2020

Entre la infinidad de temas que utilizó Umberto Eco para explicar el mundo, un día aciago, eligió el fútbol. Escribió varios artículos en el L'Expresso donde reflexionó sobre el mundo del fútbol. Y maldijo haberlo hecho. Sobre todo, los frenéticos meses que precedieron al Mundial de 1990, celebrado en su tierra.

Ring, ring, ringgggg. Atronaba el teléfono y Umberto Eco resoplaba malhumorado. Crea fama y échate a dormir, se dijo muchas veces, durante los meses previos a Italia'90, mientras deseaba que el desagradable pitido parase. Pero nunca cesaba. 

Un momento, per favore! 

Decolgó. Y de nuevo aquellas preguntas. 

Ne ho già parlato... 

Estaba harto de que le repitiesen las mismas preguntas una y otra vez. Él no odiaba el fútbol. ¿En qué idioma tenía que decirlo? Nunca había escrito eso en los artículos de L'Expresso, de finales de los 70, que revivían cada cuatro años con cada nuevo Mundial. No lo odiaba; lo que no soportaba era, precisamente, esas inútiles charlas sobre el mismo tema una y otra vez. 

É chiaro? 

Colgó. Iba a encenderse el puro, pero le sobresaltó el maldito teléfono. 

Ring, ring, ringgggg. Descolgó. Otro periodista: solo serían unas preguntas sobre el Mundial, y blablablá. Cuando no llamaba uno que, obviamente, no había entendido sus textos para preguntarle -de nuevo- sobre su supuesto odio enardecido por el fútbol, llamaba otro que ni siquiera se había tomado la molestia de leerle. Y Eco repetía: No odio el fútbol. No le gustaba ir al estadio, como tampoco iría a pasear por la estación Central de Milán pasadas las seis de la tarde. Pero si un domingo aburrido coincidía con un buen partido televisado, lo veía. No lo odiaba. En todo caso, le irritaban los fanáticos incapaces de entender que a una persona no le gustase lo mismo que a ellos. 

Punto pelota.

Leer artículo completo en revista Panenka número 94

miguel ángel ortiz olivera
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