La forja de un equipo rebelde

01.09.2022

La forja

Federica Seneghini acudió a la cita convencida de que escribiría un breve artículo sobre el primer equipo italiano de fútbol femenino. Había quedado en un bar de la piazza Abbiategrasso con Marco Giani, doctor en Historia de la Lengua Italiana y autor de Historia de un prejuicio y una lucha, un espléndido trabajo que profundizaba en la historia de las primeras futbolistas italianas. Federica quería hacerle unas preguntas para su artículo. Sin embargo, Marco se presentó con varias carpetas llenas de documentos. Y con una proposición: llevarla a casa de Graziellina, la última testigo con vida que había visto jugar a las futbolistas milanesas. Federica no pudo negarse. Solo quedaban unos días para que arrancase el Mundial Femenino en Francia. Y su futuro libro.

Cuando abrió la primera carpeta, entre los documentos, una fotografía en blanco y negro llamó su atención. La cogió. Sonrió al ver cómo sonreían aquellas jóvenes futbolistas. La foto, tremendamente nítida, hablaba de otro fútbol: el que se jugaba con cinco atacantes, tres mediocampistas y únicamente dos defensas para evitar que fusilasen a la solitaria arquera. No tardó en ponerles nombre: Mina Lang, Ester Dal Pan y Ninì Zanetti; Marta Boccalini, Nidia Glingani, Maria Lucchese; Augusta Salina y Luisa Boccanili; Navazzotti.

Con el paso de los meses descubrió que aquellas mujeres habían protagonizado uno de los episodios más representativos de la lucha del fútbol femenino. Y lo habían hecho en faldas, sin miedo a las patadas por intentar abrirse hueco en un mundo tremendamente machista: el del fascismo de Mussolini. Solo había que ojear algunas citas publicadas en aquel entonces en los medios de comunicación: "Si hay un deporte que la mujer no debiera practicar es, justamente, el fútbol", aseguraban en Lo Sport Fascista, en diciembre de 1931. Aquellas jóvenes no habían conocido el mundo antes del Duce. Estaban acostumbradas al asedio de los camisas negras. A que los balillas, con sus mosquetones de juguete, las abordasen por la calle. A escuchar la Giovinezza. A un estricto régimen religioso y toques de queda en sus casas. A servir a los hombres. A los fogones y la aguja. Al matrimonio, la crianza de los hijos y el bienestar del marido como único futuro.

Solo Zanetti había tenido la suerte de jugar al fútbol durante unas vacaciones en Castiglionecello. Quedaba con un grupo de chicas romanas, todas las tardes, para entrenar. Tanto le había gustado aquel sport que se había atrevido a escribir una carta a La Domenica Sportiva. Y sorprendentemente, la habían publicado: "¿Por qué no debería haber un equipo de fútbol femenino en Italia? ¿No sería interesante ver que, incluso en este tipo de deporte, la mujer italiana puede competir y quizás superar a las extranjeras?".

Fue Zanetti la que robó una pelota de su hermano y apareció con ella un domingo de 1932 en el parque donde se reunía con sus amigas. La desenfundó y lanzó la pregunta que cambiaría sus vidas para siempre: "¿Qué? ¿Probamos?".

Leer artículo completo en Revista CTXT. 

miguel ángel ortiz olivera
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