Patoto, el delantero centro de Pili

06.09.2017

A principios de la década de los 20 afloraron en España, sobre todo en las grandes ciudades, libros pensados para ser leídos con una sola mano. El modernismo que llegaba desde el otro lado de los Pirineos trajo un soplo de aire fresco a la enclaustrada cultura española, tanto con el deporte como con la música, la moda o la literatura.

En 1924 vio la luz en los quioscos la colección erótica La Novela Pasional, que definía su catálogo como «las más sugestivas novelas galantes de los mejores autores contemporáneos del género erótico». Es posible que a los lectores de hoy apenas nos escandalicen el tono picante o las ilustraciones supuestamente subidas de tono que acompañaban a estas novelas, pero lo cierto es que, en aquella España, este tipo de historias rompían clichés y desafiaban el Código Penal saltándose la censura y atentando contra la decencia y las buenas costumbres.

El primer número de esta colección se tituló El delantero centro de Pili, firmado por Alonso de Santillana; firmado porque, como desvelaron en El País en 2003, tras el fallecimiento del poeta Vicente Tortajada, director del sello editorial Renacimiento que acogió la colección: «Hemos publicado muchas novelas de principios del siglo XX que están firmadas con seudónimos, que Vicente mejoró y, en ocasiones casi reescribió, de forma magistral. Son obras de las que no conocemos a los autores, que normalmente eran negros literarios, como El delantero centro de Pili, de Alonso de Santillana».

En todo caso, más allá de la autoría, lo cierto es que El delantero centro de Pili es una novelita que plasmó la atracción que sintieron muchas jóvenes de la época por la figura del as del balón. Los futbolistas pasaron de amateurs que jugaban por amor al deporte, a estrellas mediáticas. Los nuevos héroes modernos acaparaban portadas, y miles de jovencitas suspiraban solo con ver los diarios. En El coloso de Rande (1927) de Jose Luis Bugallal, la primera novela deportiva española, los dos protagonistas, Montalbán y Olivares, reciben decenas de cartas amorosas plagadas de «proposiciones más tentadoras que algunas que acostumbraban a presentarles los clubes cazadores de ases».

En otro plano, El delantero centro de Pili también refleja el papel secundario que muchos proponían para las mujeres en el deporte: la espectadora que aplaude al héroe desde la tribuna, el mero trofeo del vencedor. En 1924, en las páginas de Gran Vida pedían encarecidamente a la mujer su presencia en los actos deportivos, pero en los graderíos:

«Vosotras, con vuestra presencia, ennoblecéis el deporte. Así pues, debemos todos poner cuanto esté de nuestra parte para que éste se os haga ameno y placentero, porque será la única manera de que sobre los barandales de nuestros campos sigan posándose vuestras manos blancas, para que los jugadores, aparte del reconocimiento de su afición, tengan el estímulo de vuestra presencia».

Muy en la línea del pensamiento del médico don Gregorio Marañón:

«La mujer que nos pinta Ovidio, siguiendo con ojos anhelantes y con el corazón encendido las proezas de los atletas de circo, es la misma que hoy acude a las olimpiadas modernas a cumplir, sin saberlo, la ley fisiológica de pagar el esfuerzo varonil con el amor. Y, en suma, es el trasunto de la hembra del ciervo, que espera que riñan los machos para ser poseída por el más fuerte».

En el caso de El delantero centro de Pili, se invierten los papeles del cortejo y es ella, la jóven Pili, la que poseerá al macho, el futbolista Patoto, el rey de la patada.

El delantero centro de Pili

El ideal femenino cambió al mismo tiempo que los gustos. A finales de siglo XIX, triunfaba la mujer jamona, entrada en carnes, de voluminosos pechos y nalgas exuberantes. En las primeras décadas del XX, se preferían como Pili, la protagonista: el pelo corto a lo garçonne, un cuerpo frágil, pálido, suave, atlético. Mujeres que acudían al dancing y el cine, que tomaban té en las carreras de caballos, que se enfundaban el maillot para ir a la playa; que, como Pili, se arreglaban el peinado en la peluquería y conducían su Citröen mientras fumaban.

Una nueva mujer, en definitiva, mucho más social, moderna, actual. Aunque no para todo el mundo. En 1927, Ernesto Giménez Caballero escribiría sobre este nuevo modelo de mujer, tan varonil que provocaba bostezos de aburrimiento a los protagonistas de los libros de Henry de Montherlant:

«Sus futbolistas, sus atletas comienzan a modular frases equívocas y a dialogar sorprendente, peligrosamente, sobre la mujer. Un poco más y se les ve caer en el homosexualismo. En fuerza de cultivar el cuerpo viril, sobrepasaron toda apetencia de feminidad, hasta reducirse al esquema a que han llevado al de la actual mujer, incitándola a virilizarse, a adaptarse a sus necesidades de efebos».

En El delantero centro de Pili, el narrador cuenta que Pili tiene 17 años, y «lleva melenita a lo garçonne, excesivamente corta, insinuándose apenas los menudos pechitos a través de la tela, parece un delicioso andrógino, un ambiguo ser exquisito». Un poco más abajo en su descripción, añade:«Es tan poco velluda, que es el coñito un divino caracol de oro». Pili representa ese nuevo modelo de chica urbana y moderna, perteneciente a las clases acomodadas, que pretendía revolucionar con su modo de vestir, actuar y pensar los cánones católicos establecidos. Es, en definitiva, «la más genuina representación de esas niñas ricas».

Su padre, don Ramón, le ha regalado un Citröen, que Pili conduce mientras fuma. Frecuenta, con sus amistades, los locales de moda de la Castellana. Su mejor amiga se llama Lolita. En cuanto se ven, aprovecha para ponerla al día de sus experiencias sexuales, y por supuesto, también de todas las ajenas que ha espiado. Así Pili descubre que la alta sociedad, tan puritana y católica de puertas para afuera, no lo es tanto en la intimidad.

Además del sexo, El delantero centro de Pili, como índica el título, toca cuestiones relacionadas con el fútbol. Pili vive enamorada hasta los huesos de Patoto, «el formidable futbolista», «el rey de la patada, el as de los chutadores». Como muchas chicas de aquella generación, Pili sueña con tener entre sus brazos a un viril atleta como Patoto, el famoso delantero centro del Once FRC, que, domingo tras domingo, copa las portadas de los diarios deportivos. Siempre se ha conformado con suspirar al verlo en las páginas de los periódicos hasta que, de pronto, sus vidas se cruzan de casualidad: el morro del flamante Citröen lo embiste en plena Castellana.

Viéndolo herido en el asfalto, Pili reconoce al famoso futbolista y decide montarlo en el coche y llevárselo a su casa. Patoto, por su parte, enseguida se da cuenta de que este es, sin duda, el partido más importante de su vida: la niña rica está colada por él, y su familia maneja más dinero del que él nunca podría conseguir con sus goles. Por eso, «en aquelgoalestaba la solución de su vida. Patoto era un hombre que había colocado siempre la pelota donde le había dado la gana. En aquel caso estaba seguro de no marrar el golpe». Unas páginas más tarde, cuando ya está recuperado del golpe, tiene a Pili desnuda entre las sábanas.

El encuentro sexual se produce porque don Ramón, al ver a Patoto en su casa, se horroriza y, ante la negativa de su querida hija a echar al malherido delantero, decide marcharse de su propia casa. Como informa el narrador, don Ramón «es un enemigo acérrimo de todo cuanto signifique fuerza bruta, lucha; odiaba los toros, el fútbol y el boxeo»; en resumen, a todos esos mamarrachos que solo saben perder el tiempo practicando deportes violentos, por muy de moda que estuviera el moderno sport a principios de siglo: «Tú no puedes imaginarte todo el odio que les tengo a esos niños insulsos, que se pasan la vida en calzoncillos, ante una multitud que no me atrevo a calificar como se merece».

Don Ramón es un claro ejemplo del pensamiento que defendió, entre otros, don Gregorio Marañón. Según él -al contrario del homo ludens de Ortega, que entendía que la cultura era hija del deporte-, solo el trabajo gratificaba: «El deporte como ocupación única de la vida», escribió en 1925 en Aire Libre, «es patrimonio de gentes inferiores que hacen sport para que la naturaleza les perdone el pecado mortal de no trabajar». Desperdiciar horas con un juego equivalía a perder el tiempo: una vez finalizado el partido, todo se esfumaba, no se había construido nada, no había beneficio palpable. Todo lo contrario al trabajo: el resultado tenía un precio, una entidad física, rentabilidad.

Por eso, don Ramón sentencia «que todos aquellos que empleaban su fuerza en cosas tan bestiales debían estar acarreando ladrillos, arando, estibando barcos o realizando otras tareas que fuesen más beneficiosas para la Humanidad que la de hincharse las narices o darle patadas a una inofensiva pelota». El futbolista, en su opinión, es un descerebrado, «un mixto entre avestruz y gorila», que solo sabe dar patadas al inocuo balón. Y lo que es peor: vanagloriarse de ellas.


FUENTES:

El estadio y la palabra: deporte y literatura en la Edad de Plata, Luis Francisco Cuesta.

Catolicismo, nacionalismo y vanguardia, Ernesto Giménez Caballero [Antología 1927-1935].

El delantero centro de Pili, Alonso de Santillana, La Novela Pasional.


miguel ángel ortiz olivera
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