Se vende silla de ruedas

12.02.2015

La noche del 10 de mayo de 1995, todos fuimos un poquito del Zaragoza. Mi hermana y yo, que veíamos el partido en el salón de casa, sufrimos en la primera parte como si jugara nuestro equipo. En el estadio Parc des Princes de París, el equipo maño jugaba la final de la Recopa de Europa contra el defensor del título, el Arsenal inglés. Los noventa minutos terminaron en empate 1-1 y durante casi toda la prórroga la igualdad persistió. Hasta que, faltando diez segundos para el final, Nayim controló un balón con el pecho, rebasada la línea de medio campo, lo dejó botar y, cuando nadie lo esperaba, lo empaló con el alma. La parábola de 49 metros subió y subió hacia el cielo parisino para luego bajar y bajar y colarse rozando el larguero. Mientras todos los jugadores blanquillos corrían detrás de Nayim para celebrar el gol, Seaman, el portero del Arsenal, se quedó tirado en la hierba, dentro de la portería, mirando el balón que, tras besar la red, se había quedado quieto sobre la línea de gol.

Aquel gol -uno de los más espectaculares marcados en una final europea-, era Recopa, era final. Mi hermana y yo lo celebramos corriendo por el pasillo y gritando como poseídos. Además de la emoción del momento, que quedó retratada en el relato de TVE, entre las postales imborrables que dejó aquel partido, una que no olvidaremos: el Negro Fernando Cáceres subido en el larguero de la portería, alzando el trofeo.

Por aquella final y las dos brillantes temporadas en las que Cáceres defendió los colores del club, el diciembre pasado, el Real Zaragoza lo homenajeó con la máxima distinción del club: la Insignia de Oro y Brillantes. Al acto, además de Fernando Molinos, presidente del club, y Agapito Iglesias, máximo accionista, acudieron Aragón y Solana, antiguos compañeros.

Cáceres acudió a la cita en silla de ruedas. Tras el homenaje, Manolo Jiménez, entrenador del primer equipo -que conoció a Cáceres en su etapa de jugador, cuando su carrera se apagaba en el Sevilla y la del Negro empezaba a despegar en el Zaragoza-, empujó la silla al vestuario para que el viejo guerrero les dirigiera unas palabras a sus jugadores. Así fue el regreso de Cáceres al vestuario que abandonó en 1996. Esta vez salió entre emotivos aplausos.

Parar una bala con la cabeza

Tras abandonar el fútbol en activo, Cáceres se convirtió en entrenador de la Reserva de Independiente de Avellaneda. Un retiro feliz hasta que, a las tres de la madrugada del 1 de noviembre de 2009, un Fiat Siena robado se cruzó en el camino de su BMW mientras circulaba por la localidad bonaerense de Ciudadela. Antes de que pudiera reaccionar, un chico disparó con una 9 milímetros al cristal de la ventana del conductor. Una panda de adolescentes intentaron robarle el coche. Cáceres recibió un balazo en el lóbulo paratemporal derecho que le fracturó el cráneo.

«Fernando está en este momento en las manos de Dios», repetían los doctores. Su situación era crítica. Los médicos ni siquiera se atrevían a extraer la bala de su cabeza. Después de varios días en coma, Cáceres pudo volver a respirar y a comunicarse por señas. Tras semanas de operaciones logró recuperarse, pero quedó postrado en una silla de ruedas. Muchos pasaron por su habitación a visitarle: el gobernador bonaerense Daniel Scioli o el Cholo Simeone. También fueron muchos los mensajes de ánimo y fuerza que le llegaron desde el otro lado del charco, como el del Celta.

«Una noche se me ocurrió parar una bala con la cabeza, para ver cómo se sentía. Una locura, nada más, pero de todo se aprende. Esa noche, aprendí que no hay que parar una bala con la cabeza». A pesar del revuelo que causó el incidente, Cáceres no guardaba rencor a los agresores, unos pibes de la villa Carlos Gardel, en Villa Sarmiento, la barriada que le vio nacer, crecer y dar sus primeras patadas como futbolista. «Esos chicos que me robaron, como todos los demás, deberían haber estado contenidos, porque ningún pibe nace chorro», dijo. «Tendrían que estar en una canchita o estudiando.»

Trotamundos

Fernando Gabriel Cáceres nació el 7 de febrero de 1969 en San Isidro, provincia de Buenos Aires. Debutó en la primera de la Asociación Atlética Argentinos Juniors -el club de Maradona- en 1986, con 17 años. Cinco después, pasó a River Plate, club con el que fue campeón del Apertura 1991.

Su primer salto a España lo dio en 1993, cuando fichó por el Zaragoza. En sus tres años como jugador blanquillo, jugó 124 partidos, marcó 3 goles y lució el brazalete de capitán en muchas ocasiones. Además, participó en los cuatro partidos que la selección argentina disputó en el Mundial de Estados Unidos 94; en total jugó 24 partidos con la albiceleste. Al final de la temporada de 1996, tras ser protagonista de años gloriosos de la historia zaragocista, Cáceres abandonó el vestuario maño sin hacer ruido. Lo esperaba el Boca Juniors que dirigía Carlos Bilardo.

Pero esa experiencia de regreso a su país solo duró un año. La temporada empezó muy bien para Cáceres: victoria en el estreno de la nueva Bombonera, por 3-1 frente a Universidad de Chile, uno de los goles suyo, y Maradona siguiendo el partido en el palco. Pero aquel campeonato Boca estuvo muy flojo y no faltaron las voces críticas contra jugadores y técnico.

En 1997, Cáceres recibió la oferta del Valencia y volvió a España. Valdano, entrenador che, lo incorporó a la plantilla valencianista, un equipo joven y de talento. Ese mismo año, Cáceres juró la Constitución Española para no ocupar plaza de extranjero. A sus 27 años, cerca de la madurez futbolística, todo indicaba que Cáceres ascendía otro peldaño en su carrera deportiva; sin embargo, no terminó de cuajar en Mestalla. No fue el único: él y otros jugadores, como Karpin o Juanfran, abandonaron el Valencia un año después para recalar en el Celta de Vigo, donde sí se adaptaron.

Los años del Eurocelta

Así fue cómo Cáceres recaló en el club al que había vencido, jugando para el Zaragoza, en la final de la Copa de España de 1994. Curiosamente, sus mejores años como futbolista los vivió en dos equipos dirigidos desde el banquillo por Víctor Fernández: primero en el Zaragoza y después en el Celta. En Vigo, se volvió a ver la mejor versión del central argentino. Defendió la camiseta celeste del «Eurocelta» durante seis temporadas. Junto a Lubo Penev, Makelelé, Michel Salgado o Pinto, Cáceres se convirtió pronto en un sello de identidad para la afición céltica. En esta etapa, la más brillante de su historia, el Celta consiguió clasificarse para UEFA durante cinco años consecutivos. Cosas del destino: en 2002, al Celta le tocó perder otra final de Copa del Rey frente al Real Zaragoza.

La temporada 2003/04 fue, para el Celta, cielo e infierno: por única vez en su historia participó en la Champions League (eliminado por -de nuevo en el camino de Cáceres- el Arsenal en octavos de final) y, tras una desastrosa campaña liguera, descendió a Segunda. El destino le tenía preparada a Cáceres otra salida triste de un club, no solo por el descenso, sino por protagonizar un incidente al orinar en la puerta de un hotel en Sevilla.

Pasó al Córdoba, donde jugó solo 11 partidos, y luego retornó a la Argentina. Jugó en Independiente hasta 2006 y ese año fichó por Argentinos Juniors, el club con el que había debutado. Pero no tuvo el retiro dulce que se merecía, ya que una lesión de ligamentos de rodilla le impidió jugar un solo minuto.

Cáceres se retiró ostentando la marca de ser el argentino con más partidos jugados en la Liga española: 339 (en 2010 lo superó el Caño Ibagaza)

El partido de la vida

Pese a sus silenciosas salidas, Cáceres dejó buen sabor de boca a los aficionados tanto del Zaragoza como del Celta. Fue uno de los mejores centrales de la historia de ambos clubs. Los seguidores no olvidarán su zancada poderosa en las inmediaciones del área, su valentía en el corte, su poderío aéreo. Como buen zaguero argentino, Cáceres era uno de esos centrales que transmiten tranquilidad a sus porteros. Un muro. Un soldado con un solo objetivo: que el balón no entre en su portería. Un central de la vieja escuela, de esos capaces de convertirse en la sombra del delantero. Un defensa con el que el delantero rival sueña en la cama, después de haber sufrido su marcaje en el campo.

Ahora que sabe que no puede usarla para parar balas, Cáceres tiene en la cabeza una sola idea: terminar la rehabilitación cuanto antes y vender o regalar la silla de ruedas. El guerrero quiere volver a sentirse futbolista entrenando a un equipo de fútbol. Su propio ejemplo será sin duda la mejor enseñanza, porque el Negro está ganando el partido más importante de todos: el partido de la vida.

miguel ángel ortiz olivera
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