Un delantero centro asesinado al atardecer

Texto| Javier Ceresuela Bermejo
En la historia futbolística ha habido muchos casos de jugadores amenazados, como Lizarazu -por ETA- o Beckham -una mafia madrileña amenazó con raptar a uno de sus hijos-; secuestrados, como Quini; e insultados, agredidos o vejados por su origen racial, ideología o religión -Roberto Carlos, Eto'o, Dani Alves, Balotelli-. Pero ¿qué pasaría si se amenazase de muerte a un futbolista con anónimos enviados a su club, esgrimiendo la excesiva afición futbolística que ha llevado a ensalzar a falsos dioses? Detrás de tan filosófica y literaria amenaza, ¿hay un loco o un dogmático convencido de la maldad alienante del deporte rey? ¿El club le ha de dar credibilidad? Pepe Carvalho, en El delantero centro fue asesinado al atardecer, protagoniza su primera incursión en el mundo del fútbol. Para llevar a cabo la investigación, se hará pasar por psicólogo deportivo y, así, no levantar sospechas o temores en jugador, club y prensa deportiva.
En paralelo a tan estrellante realidad, encontramos su contrapunto: el club del popular barrio del Pueblo Nuevo, el Centellas, contrata los servicios del delantero centro Alberto Palacín, antigua «gran promesa» de la Primera División española, «jugador con cierta leyenda, que había creado memoria», ya venido a menos, para salvar la temporada. Ambas tramas, separadas por muchas divisiones y millones en el talonario, son más cercanas de lo que parece. Porque ante la perspectiva de los futuros Juegos Olímpicos -estamos en 1988- y la posibilidad de hacer negocio, los intereses especulativos no respetan nada, y las personas no son lo que parecen. Carvalho se verá, por tanto, inmerso en un caso donde nada es lo que parece. Y lo que es, es demasiado cierto e infame para ser real.
El Barça y montalbán: Vox Populi
El club que recibe los anónimos amenazantes es el F.C. Barcelona. No podía ser de otra manera en una novela que crítica el negocio en que se ha convertido el fútbol. Recordemos que el Barça fue calificado por Montalbán como «más que una inmobiliaria». Sin embargo, en la novela nunca se refiere al mismo explícitamente, aunque hay muchas situaciones que nos dan pistas. Por ejemplo: en la presentación de Jack Mortimer, jugador amenazado, un periodista le pregunta si conoce «la significación social y nacional» del club por el que ha fichado. Y para recalcarla más, el presidente, Basté de Linyola, en el brindis posterior a la presentación, le pide a Mortimer que marque muchos goles ya que «detrás de cada gol está el deseo de victoria de todo un pueblo», del «ejército simbólico de Cataluña».
Esta última etiqueta de factura montalbaniana aparece en repetidas ocasiones durante la novela. El barcelonismo de Montalbán era más sentimental que deportivo. En diversos artículos recogidos en Fútbol. Una religión en busca de un Dios, explicaba que se hizo del Barça porque:
«En las tiendas del país de nuestra infancia aparecían carteles en los que Samitier regateaba a un jugador, cualquiera, del Espanyol», «por obra y gracia de Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón» y «porque el Barça era el ejército simbólico de una idea de catalanidad popular, laica».
Por eso, el barcelonismo de Montalbán queda fuera de toda sospecha. La novela se lee como una crítica a la doble moral de los directivos de los clubs. Porque, como buen culé, ante políticas de sus juntas directivas que desesencializaban el club, no dudó en arremeter contra ellas. Y es que sólo a lo que bien se quiere, se critica con ánimo constructivo. Y con pasión.
«¿No imagina usted el vestuario de un gran club de fútbol como esa caverna mítica donde los héroes y los dioses esperan la batalla astral?», pregunta Camps O'Shea a Carvalho en la sobremesa de una cena. Esa es la excusa para filosofar sobre lo que él entiende que es el fútbol y qué papel juega en la sociedad. Después de reflexionar sobre la categoría de los dioses y los héroes, el relaciones públicas llega a la conclusión final, que Montalbán siempre sostuvo: el fútbol es un espectáculo que posibilita al ser humano vivir otras vidas, o cuanto menos otras sensaciones, y despreocuparse por un momento de las propias con la ilusión y representación en unos colores.
Montalbán fue muy consciente de este aspecto simbólico: el fútbol, poco a poco, se iba convirtiendo en un negocio en el cual los espectadores cada vez tenían menos que decir. Alertaba de que esta función delegativa del fútbol podía prevenir los instintos luchadores, y que el deporte rey era el último recodo de verdadera felicidad y democracia directa. No había que jugar con el mismo, porque:
«El día en el que el fútbol se vaya a otra galaxia económica y mediática se quedarán en la tierra las masas que lo han convertido en la principal religión posmoderna europea. Y ya veremos entonces quién convence a las masas de que el mundo está bien hecho».
Teorías montalbanianas
Montalbán defendía que los equipos de finales del XX se hacían a modo y semejanza del sistema de juego de entrenadores estrella. Cuando, en la novela, el Barça contrata a Mortimer, del entrenador italoargentino Gerardo Passani se nos dice que no fue contratado sin antes «tener en cuenta qué papel iba a desempeñar Mortimer en el esquema táctico general.» Una mezcla delicada: el club ficha a una estrella que se tiene que adaptar al modo de juego, pero al mismo tiempo el entrenador tiene que adaptar en su esquema de juego al fichaje. Fútbol de co-diseño. Y es que Montalbán afirmaba que el fútbol «ya no depende del talento coordinado de jugadores capaces de propiciar instantes mágicos memorables, mitificables, sino de sistemas que llevan el nombre o el apellido del entrenador.»
Además, en la novela, los presidentes del Barça y del Centellas, Basté de Linyola y Juan Sánchez Zapico, parecen estar basados en los que, el año en que se publicó, eran los presidentes madridista y culé respectivamente. De Basté se nos da la imagen de un hombre de negocios con ideas avanzadas a su tiempo, ávido de poder y protagonismo público, similar a Mendoza, empresario que negoció con la URSS con Franco en vida y que «tenía una visión democrática del futuro. [...] Carrerón ultimado con la presidencia del Real Madrid». En el campo opuesto, la «brutal ordinariez» y la «astucia de empresario ratonil» de Sánchez Zapico, parecen estar basadas en Núñez. Constructor, con un almacén de chatarra y dedicado al negocio de las peladillas y almendras garrapiñadas, defiende con una excesiva pasión, que no es creíble, al Centellas. En definitiva, un calco de Núñez, calificado por Montalbán como rey del chaflán y llorón excesivo.
En esta manera de ser, entender el fútbol y dirigir sus respectivos clubs, está la clave para entender qué pasa en El delantero centro fue asesinado al atardecer, una obra cuyo título no miente pero engaña una vez se empieza a leer. La muerte prematura de Montalbán nos dejó sin un gran analista de fútbol. Muchas de las dinámicas sobre las que teorizó, hoy en día se han hecho más que evidentes. Otras, como el Barça de Guardiola frente al impotente Madrid de años atrás, los triunfos de La Roja, los nuevos dioses menores, quizás le habrían sorprendido. En todo caso, nos hubiese regalado textos de un análisis certero e ironía indiscutibles. Quizá el mejor homenaje que le podemos tributar sea tratar al fútbol de manera justa y racional, respetándolo, sin caer en dogmatismos de cualquier tipo.
