Perderor(es) radical(es)

09.12.2020

Pocos días después del atentado en la Sala Bataclan, llegó a las librerías españolas Los Caballos de Dios (Alfaguara, 2015), novela del escritor marroquí Mahi Binebine que contaba cómo unos jóvenes, atraídos por un imán, cometían un atentado suicida. La historia trataba de ahondar en las razones que habían empujado a aquellos jóvenes a precipitarse en el abismo de la violencia terrorista. La falta de cariño en sus casas, las palizas, las decepciones académicas o la precariedad les azotaban; solo encontraban alivio en la droga -pegamento y hachís-, y el fútbol. Tenían un equipo: Las estrellas de Sidi Moumen. Y su campo: un basurero que contrastaba con los lujosos estadios europeos que veían en un destartalado televisor. De esas carencias, y de su inocencia, se aprovecha el imán local para que abandonen la pelota y se sumerjan en el Corán. En una lectura sesgada del Corán que los transforma en obedientes Caballos de Dios. El desenlace de la historia, desgraciadamente, lo conocemos de sobra.

En estos últimos cinco años, hemos visto atropellos, apuñalamientos, ataques indiscriminados o radicalización en las redes sociales del mal llamado yihadismo. Y algunos, como los de La Rambla o Cambrils, nos dejarán una dolorosa huella imborrable. También al psicólogo y escritor hispano marroquí Saïd El Kadaoui, como explica en su nuevo libro Radical(es). Una reflexión sobre la identidad (Catedral, 2020): «Sobre el atentado sufrido en nuestro país», escribió para el diari Araen agosto de 2017, «sólo puedo decir que todavía no encuentro las palabras adecuadas para hablar de ello». Durante años, Saïd El Kadaoui ha bregado en su consulta con pacientes enfrascados en conflictos identitarios, causados, en su mayoría, por una mala cicatrización del 'duelo migratorio'. «El aspecto ontológico y el pragmático, la herencia vertical y la horizontal, el origen y el viaje», reflexiona; «lo miremos a través del prisma científico o de la narrativa y el ensayo, la identidad es una amalgama compleja, porosa, de piezas y pertenencias que unas veces chocan y otras dialogan pero que, en todo caso y sin la menor de las dudas, conforman ese todo que somos».

La idea que vertebra su ensayo es esa identidad polifónica o múltiple de los migrantes que, pocas veces, se asume como tal, lo que provoca que el duelo migratorio se alargue durante años. Si no se encajan las piezas con sumo cuidado, no se consigue terminar el puzle: «Nuestra identidad es una polifonía, una combinación de voces simultáneas, unas más estridentes y realzadas, otras más suaves y cálidas, que conforman nuestro idiosincrático todo polifónico». En nuestra sociedad radicalmente polarizada, cada día nos vemos obligados a posicionarnos a un lado u otro de la frontera. También los migrantes: en el destino de acogida, sienten el rechazo al pasado y el país que han dejado atrás, además de una templada acogida. Y deben aprender a sobrevivir con una piel diferente que los señala y diferencia.

La nostalgia familiar y el apego territorial se superarán en la medida de las estructuras mentales de cada individuo para adaptarse al nuevo medio. Saïd El Kadaoui no infantiliza a los musulmanes, sino que señala los problemas que azotan su país natal: el analfabetismo, el machismo, la sexualidad reprimida, gobiernos dictatoriales, la precariedad, y el más acuciante, la religión mezclada con el fanatismo. Muchos migrantes encuentran la errónea solución a su conflicto de identidad polifónica en el fanatismo religioso del islam. «El elemento fundamental de esta oferta ideológica totalitaria, y la clave de que ejerza tanta seducción entre los jóvenes», reflexiona El Kadaoui, «es la ilusión de una justicia identitaria, que reposa sobre una teoría del ideal islámico herido por el daño que se les ha propinado a los musulmanes en el pasado y en el presente».

Los reduccionistas debates en torno a la proliferación de mezquitas o el uso del hiyab, que tanto han sacudido las redes sociales, poco ayudan a sofocar los problemas de adaptación de los migrantes; más al contrario, los avivan porque seguimos sin asumir que el islam también es una religión europea. «Cuando hablo del islam europeo», puntualiza El Kadaoui, «me estoy refiriendo a este tipo de cosas». Y añade: «Es el islam quien debe subirse al carro de la democracia y no la democracia la que debe dejarse subyugar por él».

El filósofo Hanz Magnus Ezensberger, en su libro El perdedor radical, perfiló al terrorista universal como un individuo infeliz que buscaba un chivo expiatorio a su rabia. «En la actualidad», asegura Saïd el Kadaoui, «una de las figuras que mejor representan a este perdedor radical es la del musulmán que ha trocado su religión en una ideología mortífera que ampara su sed de venganza». Pero no debemos caer en el error de pensarlo tan ajeno a nosotros. No solo hay que atajar el problema al otro lado de la frontera. Nuestro modelo de sociedad, en innumerables ocasiones, fomenta que la voz del perdedor radical que todos llevamos dentro se alce por encima del resto de voces internas: cuando nos obsesionamos en comparar nuestros méritos y fracasos con los de los demás; cuando no recibimos el reconocimiento que creemos merecer; cuando nos ofenden, humillan, apartan o pisotean; cuando vemos las denigrantes desigualdades económicas que ordenan el mundo. Entonces, el perdedor radical que llevamos dentro agarra un cuchillo o un rifle, entra en cualquier iglesia o escuela y...

El desenlace de esta historia, desgraciadamente, lo conocemos de sobra. Quizás, para encontrar la solución, haya que volver atrás, retroceder unas páginas en esta historia y buscar las cicatrices para cerciorarnos de que los traumas verdaderamente están sanando. No obviar la complejidad del conflicto. Al fin y al cabo, la palabra radical proviene de raíz: sin ellas, no hay árbol que pueda crecer, no hay origen, no hay identidad. Y sin ella perdemos todos.  


miguel ángel ortiz olivera
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